Análisis

Arabia Saudí, más vulnerable que nunca

Lo que realmente resulta destacable es el bofetón que ha recibido la cada vez más cuestionada monarquía saudí en su imagen tanto política como militar

Imagen satelital proporcionada por EEUU de lals refinerías saudís de petróleo atacadas.

Imagen satelital proporcionada por EEUU de lals refinerías saudís de petróleo atacadas. / periodico

Jesús A. Núñez Villaverde

Jesús A. Núñez Villaverde

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Con la información disponible hasta el momento no es posible determinar con precisión quién fue el autor de los ataques registrados el pasado sábado en la más importante refinería saudí (y mundial) de Abqaiq y en el campo petrolífero de Khurais. Pero lo que sí cabe entender es que hoy resulta mucho más improbable que se produzca una reunión entre Donald Trump y Hasan Rohani en el marco de la inminente Asamblea General de la ONU. De igual modo, aumenta la convicción de que el final del conflicto yemení está lejos y de que la presión estadounidense (en línea con la saudí y la israelí) sobre Irán tampoco cejará.

Aunque lo más llamativo ahora mismo puede ser el repunte de los precios del petróleo, el foco de atención debería ir en otra dirección. Riad, con sus propias reservas y lo que alberga en sus macrodepósitos de Rotterdam, Okinawa y Sidi Kerir puede asegurar el suministro habitual a sus clientes durante las semanas que necesite para recuperar la normalidad en las instalaciones dañadas. Además, otros países productores (incluyendo EEUU) seguramente estarán dispuestos a cubrir cualquier demanda que pueda producirse durante ese periodo. Por eso, lo que realmente resulta destacable es el bofetón que ha recibido la cada vez más cuestionada monarquía saudí en su imagen tanto política como militar, demostrando que su condición de primer importador mundial de armas no le sirve, más de cuatro años después, para parar los pies a los milicianos huzís en Yemen y, mucho menos, para poner de rodillas a Irán. Todo ello mientras teme perder los favores de Washington.

Pero ese mismo efecto puede aplicarse también a Washington que, con su política de “máxima presión”, tampoco consigue doblegar la resistencia iraní. Mike Pompeo ha señalado directamente a Irán como ejecutor del golpe, despreciando la autoimputación hecha por los huzís y sin aportar pruebas, con el claro propósito de seguir apretando la soga alrededor del cuello de un régimen que busca derribar desde hace tiempo. Y si no ha optado aún por la opción militar es porque Washington no desea verse empantanado en otra desventura bélica en el Golfo, cuando la emergencia de China y Rusia le reclaman cada vez mayor atención. Pero, aunque duela y ponga en peligro el sistema de 'velayat-e-faqih' (la supremacía de lo religioso sobre lo político), la asfixia económica no parece suficiente para convencer a Teherán de bajar los brazos, renunciando a sus aspiraciones de liderazgo regional y volviendo a negociar un acuerdo nuclear aún más castrador.

De ahí se deriva que lo previsible es que Washington se empecine en seguir el mismo rumbo, sin reconsiderar su error de abandonar el acuerdo de 2015, mientras a Trump le resultará cada vez más difícil seguir respaldando a sus socios/clientes saudíes. Entretanto, Teherán, sea directamente o a través de sus diferentes aliados locales (incluyendo a los huzíes, que en ningún caso son una marioneta iraní) procurará resistir internamente y mostrar que tiene bazas de retorsión para complicar los planes a cualquiera que desee su ruina.