El papel de la mujer en el islam

Sobre el velo y otras imposturas

Najat El Hachmi desmonta en un ensayo el oxímoron del feminismo islámico

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Olga Merino

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Plaza de la Vila de Gràcia, a media tarde, en una terraza a resguardo del sol. Un café con Najat El Hachmi (Beni Sidel, Marruecos, 1979), compañera de reflexión en este artículo del fin de semana, a propósito de la publicación del manifiesto ‘Siempre han hablado por nosotras’ (Destino/Edicions 62). Justo cuando estamos conversando sobre la cuestión del velo y la identidad, aparece una mujer joven, la cabeza cubierta por el hiyab, que se sienta en uno de los bancos de la plaza a jugar con su hijo. Una estampa cada vez más habitual, aunque feminismo e islam, afirma la escritora en el libro, son tan antitéticos como imanes en el agua.    

Cuando le alabo el coraje de decirlo, se encoge de hombros como si no le hubiera quedado otro remedio que ser valiente para salvarse (Najat significa en árabe “salvación”, de la raíz “librarse de”). Suele expresar sus opiniones meridianamente, sin temor a meterse en según qué zarzales, y por esa razón también la acusan ahora de islamófoba. Aun así, lejos de arredrarse, acaba de compilar sus ideas en torno al islam en este ensayo, donde cuestiona el buenismo occidental.

Confieso que la lectura me ha interpelado. He conocido a unas pocas chicas, hijas de la inmigración musulmana nacidas aquí, que decidieron ponerse el pañuelo sin que, aseguran, se lo hubieran impuesto en casa. Un hueso duro de roer. ¿Tantos años de lucha por la igualdad para abrazar un símbolo de sumisión? Ellas rebaten el razonamiento alegando que se trata de un atributo identitario que las protege de la tiranía del canon de belleza imperante, en línea de lo que expuso la socióloga marroquí Fatima Mernissi: “La talla 38 es el burka de la sociedad occidental”. 'Touché'. Aunque siguen incomodándome el velo y la visión de las mujeres que caminan con la cabeza gacha detrás de los maridos, el argumento es tan goloso que me invitó a inhibirme sobre el asunto en aras del respeto a la libertad individual, según el viejo adagio: “Si no sabes, ¿a qué te metes”.

Doble patriarcado

Por fortuna, la obra de El Hachmi irrumpe en la polémica para poner los puntos sobre las íes: lo que hacen esas chicas, en realidad, es someterse a un doble patriarcado, “el de la dictadura estética occidental y el del pañuelo islamista”. Además, estas jóvenes nunca han vivido en un país musulmán e ignoran que en ellos a menudo se conculcan sus derechos. Basta con recordar el caso de la periodista Hajar Raissouni, encarcelada por abortar y practicar sexo fuera del matrimonio.

‘Siempre han hablado por nosotras’ recalca que el islam adolece de misoginia estructural (igual que las otras dos religiones monoteístas). Se trata de un credo que impone la obediencia al marido y considera que el hombre vale el doble que la mujer, cuya sexualidad debe mantenerse bajo vigilancia por incitar al pecado. Así lo sentenció el profeta Mahoma: “Miré al paraíso y vi que la mayoría de sus habitantes eran pobres. Miré al infierno y vi que la mayoría de sus habitantes eran mujeres”. ¿Dónde está, pues, el supuesto feminismo islámico?

Como conocedora de la cuestión desde dentro, la autora de ‘L’últim patriarca’ hace un análisis retrospectivo desde que llegó a Vic, en los años 80, y señala la irrupción de tres fenómenos clave en las últimas décadas. Esto es, la llegada a la edad adulta de aquellas niñas; la arribada masiva de inmigrantes marroquís, que obligó a los primeros a repensar su relación con el grupo; y la apertura en barrios y pueblos de oratorios con un discurso más rigorista y al pie de la letra. Aparecieron los imanes de largas barbas y financiación saudí, con los viejos anatemas sobre la naturaleza impúdica de la mujer.

La izquierda, callada

Mientras tanto, la izquierda ha estado mirando hacia otro lado. Con tal de buscar el voto musulmán, no ha dudado en hacerse la foto al lado de la chica con pañuelo para presumir de inclusividad, de la misma forma que tras los atentados de la Rambla y Cambrils se alertó enseguida contra el peligro de la islamofobia, antes incluso de que se hubieran sepultado los cuerpos. Parece que hablar contra el velo, contra un sistema de creencias que es en esencia un manual de dominación machista, te convierta en un adalid del racismo. ¿No se supone que la izquierda laica aspira a la separación diáfana entre Estado y religión? En parecidos términos se expresa también en colectivo Neswía, fundado por Hakima Abdoun.

En los colegios, se ha optado por pasar la patata caliente a cada director. El Hachmi sostiene que debería prohibirse al menos en la escuela primaria, hasta los 12 años, para preservar la dignidad de la niñas, puesto que el pañuelo era un símbolo de la mujer casada. Como aduce la pensadora tunecina Hélé Béji, “el velo es como el alcohol: hace daño a una edad temprana y tiene que estar prohibido en la infancia”. Ojalá este nuevo ensayo sirva para seguir debatiendo serenamente.