Opinión | Análisis

Antonio Bigatá

Periodista

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Con blanca, sin blanca

Blanca Fernández Ochoa.

Blanca Fernández Ochoa. / EUROPA PRESS REPORTAJES

Las circunstancias de la muerte de Blanca Fernández Ochoa han provocado un aluvión de medias palabras sobre las condiciones de vida y la situación de quienes en sus primeros 20 o 30 años fueron deportistas de élite y triunfadores en todos los sentidos. Se han comentado asimismo los fracasos empresariales personales de la exesquiadora y las posibles obligaciones morales incumplidas de ayudarla por parte del ámbito federativo. También, de una forma más genérica y difusa, del supuesto compromiso colectivo de velar para que quienes fueron jóvenes figuras del deporte no tengan un final como el de Blanca.

Expreso mi pesar por lo que le ha sucedido en su madurez a aquella chica que tanto encandiló a España con su medalla olímpica y guardo respeto hacia quienes la querían. Pero vale la pena dejar de lado el caso concreto de Fernández Ochoa y pasar a reflexionar sobre el dinero y el deporte. Hay figuras acreditadas que se creen con derecho a vivir toda la vida con el rédito de su puñado de años de triunfos. Pero eso solo es posible -y no como derecho adquirido- si han practicado especialidades bien remuneradas, han logrado fortunas y después han sabido administrarlas. Los demás deportistas son personas normales que tras unos años más o menos confortables en función de su cotización puntual después deben encarar el futuro como el resto de la gente, es decir trabajando en cosas no extraordinarias hasta llegar a la jubilación. En muchos casos al arrancar en esa etapa tienen la ayuda de su renombre o de los ahorros que han conseguido reunir y pueden conseguir empleos o poner en marcha negocios, pero en otros casos no.

Circula el argumento de que muchos jóvenes que optan por el deporte tienen que prescindir esos años de la formación. Es verdad que les resulta difícil combinar sus entrenamientos y competiciones con cursar el bachillerato y las carreras; es algo similar a quienes estudian y trabajan simultáneamente, pero no peor. En todo caso han de intentar ir aprobando las asignaturas aunque sea más lentamente. Si no se hace así se juegan todo su futuro de una forma casi suicida a la lotería, y eso se sabe, y si no se sabe es inconsciencia de ellos y de su entorno.

Los grandes éxitos prematuros plantean problemas de asimilación, pero más duro es no haberlos tenido nunca

Por otra parte está el tema de si en caso de conseguir grandes éxitos un deportista gana asimismo el derecho moral a vivir toda la vida de ellos, de renta. Aquí entran en juego otros elementos como la prudencia y el realismo. El dinero fácil muchas veces se va fácil, y más si se ha sacrificado voluntariamente el capítulo formativo, si se cae en el autoengaño de pensar que la suerte económica continuará siempre, si no se busca buen asesoramiento o si se acepta la compañía de quienes solo son amigos ocasionales de quienes consiguen ese dinero fácil... La historia del deporte está repleta de casos de lo que el cineasta Manolo Summers bautizó como 'Juguetes rotos', personajes que pasaron sin solución de continuidad del despilfarro a la penuria más absoluta por su propia irresponsabilidad. Los grandes éxitos prematuros plantean problemas psicológicos para poder asimilarlos, entenderlos y administrarlos, pero siempre se podrá decir que todavía es más duro no haberlos tenido nunca -ni prematuros ni posteriores-  como le pasa a la mayoría de la gente.

Otro asunto es la necesidad de que los organismos deportivos y las federaciones entiendan esta problemática y actúen para paliarla. Además de organizar las competiciones tienen que atender a los hombres, mujeres y niños que las disputan. Y establecer líneas formativas y de asesoramiento para ayudar a encarrilarlos para después, para la vida normal o en dirección a tareas como la docencia deportiva profesionalizada o las mil y una tarea que pueden hacerse a partir de la experiencia como deportista. Todo eso es bien distinto a que, por ejemplo, tengan la obligación de enchufar a los ex en empleos ficticios, proporcionarles sueldos indefinidos o sustituir a las instituciones ordinarias de asistencia a quienes necesitan ayuda. Porque aquí existe el riesgo de perjudicar comparativamente a los demás ciudadanos, que en su mayoría también llegan a la etapa final de sus vidas con menos fuerzas y menos recursos que en sus etapas laborales y profesionales anteriores. Dicho esto, hay que valorar positivamente todo lo que pueda hacerse voluntariamente en el plano asistencial con transparencia para respaldar a la gente mayor, como hace, por ejemplo, la asociación de veteranos del Barça y miles de entidades similares. 

Volviendo a Blanca hay que resaltar que cada caso es cada caso, pero que el cariño hacia su recuerdo no puede llevarnos a simplificar temas que son muy complejos.