División independentista
Otro éxito difícil de administrar
Paluzie ha reclamado una estrategia unilateral. El conflicto está servido, no solo con el Estado, sino entre la ANC y Esquerra. Entre ERC y los antiguos convergentes. Entre Junqueras y Puigdemont
Andreu Claret
Periodista y escritor. Comité editorial de EL PERIÓDICO
Andreu Claret
Mientras empiezo este artículo, oigo un cornetín y el repique de unos tambores castrenses. Salgo al balcón y veo desfilar la Coronela. Una recreación de las milicias que defendieron la Barcelona austracista del 1714. Un gigantón con medias rojas y túnica azul –o sea, 'blaugrana'- da vivas enardecidos a la reina Elisabet (la jovencísima mujer del archiduque Carlos que se enamoró de Catalunya, desde Mataró) y maldice al Borbón, sin que el público entienda muy bien si se refiere al de 1714 o al de hoy. Es la Diada y toca utilizar la historia de Catalunya, aunque sea forzándola, para animar la concentración convocada por la Asamblea Nacional Catalana (ANC). Conocedor del ADN del independentismo catalán, Puigdemont ha cargado contra "los herederos genéticos y políticos de los ganadores" de 1714.
La munición que procede de esta visión idealizada del 1714 ha servido para cementar el proyecto independentista. Una dramática epopeya colectiva de tres siglos llamado a vivir otro momento trágico con la sentencia del 'procés'. Nunca sabremos cuántos de los cientos de miles de manifestantes que acudieron a la llamada de la ANC estaban allí por este apego a una interpretación nacionalista de la historia catalana o porque consideran insoportable los dos años de prisión preventiva de los líderes independentistas e infundadas las sentencias que están al caer. Sigo creyendo que el ánimo resiliente que los moviliza, año tras año, encuentra su fuerza en la judicialización de un conflicto que nunca debió salir de los cauces de la política. Quiero creerlo así porque, de lo contrario, el conflicto catalán no tendría solución. Se pueden negociar diferencias políticas, pero no interpretaciones históricas.
Hace tiempo que la Diada ha dejado de ser la de todos los catalanes para ser el gran día del independentismo. Objetivo: independencia, clamaba, sin ambages, el lema de la ANC, en consonancia con la intervención institucional de Quim Torra. O sea la Diada de la mitad de Catalunya. Y este año, además, recorrida por profundas divergencias entre los convocantes. Entre quienes proponen volver a la vía unilateral y quienes han entendido que este camino solo lleva a la derrota y el dolor. Entre quienes buscan el diálogo político, por difícil que sea, y quienes sueñan en que basta con volver a hacer lo que se hizo hace dos años, sin que a los políticos les tiemblen las piernas.
Por el momento, la ANC ha vuelto a hacerlo. Ha sacado a la calle a más de medio millón de personas. Sin duda un éxito, tan asombroso como difícil de administrar. Elisenda Paluzie ha reclamado una estrategia unilateral. Contraria a la que propugnan Junqueras y la mayoría de partidos políticos catalanes. Contraria a la que se expresó en el acto de Òmnium por la mañana. Ajena a la existencia de las muchas sensibilidades que conviven en Catalunya. El conflicto está servido. No solo con el Estado, que volvería a responder como lo hizo en octubre del 2017, sino entre la ANC y Esquerra Republicana. Entre ERC y los antiguos convergentes. Entre Junqueras y Puigdemont.
Periodista y escritor.
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