Análisis

La salud de nuestra economía

Hay incertidumbres y factores para la preocupación, no son problemas graves, pero son muchos, y pueden acumularse

Ilustración de Monra

Ilustración de Monra / periodico

Antonio Argandoña

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Las conversaciones de estos días giran más alrededor del pasado reciente (qué hicimos en las vacaciones, cómo las disfrutamos, qué visitamos) que del futuro próximo. Pero todos estamos más pendientes de esto último que de lo primero. Y, no sé por qué, me acordaba de una experiencia de hace ya muchos años: cuando volvíamos de las vacaciones de 1992, todo era hablar de los Juegos Olímpicos, de la Expo de Sevilla, de aquellas experiencias agradables. Lo que nos esperaba era una economía que entraba con buen ritmo en la recesión, acompañada de la devaluación de la peseta y de unos tipos de interés altos y crecientes.

Que quede muy claro que no veo la situación actual como una reproducción de aquella: las cosas han cambiado mucho, y nuestra fortaleza económica es muy superior a la de entonces. Tenemos una economía mucho más adaptada las necesidades exportadoras, a diferencia de aquella balanza comercial fuertemente negativa, con una peseta cuya sostenibilidad dejaba mucho que desear. Pero hay incertidumbres y factores para la preocupación. No son problemas graves, pero son muchos, y pueden acumularse.

El crecimiento del PIB es positivo, pero decreciente a lo largo del año. La creación de empleo, buena, pero también decreciente. La inversión también ha aumentado, pero menos que las tasas (decentes, no excelentes) de la segunda mitad del año pasado. La situación de la industria es particularmente débil. Las exportaciones crecen, pero el entorno no es halagüeño, por la debilidad de Europa y la guerra comercial de China y Estados Unidos. Todo esto se podría resumir en una idea: las cosas van bien, pero perdiendo fuerza.

Desafíos del exterior

Los retos principales vienen de fuera. Ya he citado algunos, pero hay más: debilidad económica en Alemania, la incógnita del 'brexit', flojera en Italia y, claro, en el Reino Unido; malas expectativas para el comercio mundial, tensiones geopolíticas... Parece la situación personal que teníamos muchos hace solo unas semanas: no pasa nada, pero necesito reponer fuerzas, decíamos. Y eso es lo que apreciamos ahora en la economía española.

Lo que hacemos en estos casos es… mirar a otros. ¿Qué va a hacer la Unión Europea? ¿Estará dispuesta Alemania a practicar políticas fiscales expansivas? ¿Tomará nuevas medidas expansivas el Banco Central Europeo? ¿Firmarán la paz comercial las dos potencias mundiales? Esta reacción es lógica: si la causa de los problemas está en el exterior, parece lógico pedir que las soluciones vengan de allí. Pero es un error. Por mucho que haga la autoridad monetaria europea, solo tendremos más de lo mismo; Alemania no se convertirá al expansionismo fiscal de la noche a la mañana, y las peleas comerciales podrán suavizarse, pero no cambiará su signo.

Por tanto, lo que debemos hacer es mirar a nuestra propia casa. Nuestras empresas están en buena forma, porque han reducido sus niveles de endeudamiento. Las familias también, pero el consumo no está vibrante, y no conviene que se anime más, si es a costa de un aumento del endeudamiento. El sector financiero está en condiciones de aguantar, si los problemas no son grandes, pero me parece que no está para grandes fiestas, a la vista de los riesgos con que se enfrenta, la situación de sus balances, las exigencias de los reguladores y la estructura de sus costes. O sea, nuestro sector privado está en condiciones de seguir tirando, quizá con paso cansino, como en los últimos meses.

Miremos, pues, a la otra fuerza de nuestra economía. ¿Qué hará el Gobierno? Bueno, quizá debemos preguntar antes ¿qué Gobierno? Sea cual sea, tardará tiempo en poder actuar como tal, y tendrá las manos atadas por acuerdos y mayorías, y no tendrá muchos instrumentos. ¿Reducir impuestos o aumentar el gasto? No parece que nuestro saldo fiscal y el nivel de nuestra deuda pública nos permitan lanzarnos a aventuras expansivas.

Pero queda mucho por hacer. Seguimos confiando, al menos en parte, en un sector inmobiliario, que no es el de antes de la crisis. Nuestro mercado de trabajo necesita una reforma profunda, que vaya mucho más allá de la derogación de la reforma que, con machacona insistencia, piden los sindicatos (por cierto: además de organizar huelgas cuando llega la temporada veraniega, ¿alguien sabe dónde están nuestros dirigentes sindicales y qué piensan hacer?). ¿Qué van a hacer nuestras universidades y, de rebote, nuestras escuelas y centros de formación profesional? Porque la innovación tecnológica no se detiene, y aquí seguimos haciendo declaraciones bonitas, pero sin compromisos firmes… Me parece que vendría bien revisar las bases de nuestras estructuras productivas. Y la pregunta del millón es la que ya hice antes: ¿qué Gobierno estará en condiciones de hacerlo?

Profesor del IESE.