IDEAS

La agonía de Thra

ICULT cristal oscuro  la era de la resistencia

ICULT cristal oscuro la era de la resistencia / periodico

Mónica Vázquez

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La ficción es el reflejo impúdico de la realidad. No tiene que pedir perdón ni pedir permiso, y si viene vestida de fantasía ni siquiera tiene que encorsetarse en el paradigma de lo mundano. La fantasía usa el asombro para acercarnos a nosotros mismos; no habla de lo imposible sino de lo probable, de lo propio, de lo humano. Esa es la verdadera magia de la ficción fantástica. Eso es lo que hizo Jim Henson con 'Cristal Oscuro' en 1983 y es lo que han conseguido repetir sus herederos en 'Cristal Oscuro: la era de la resistencia'.

Nos comemos el planeta que nos ha dado la vida hasta agotar las existencias

Los skeksis son la mitad corrupta y maldita de los urSkeks, una raza alienígena que colonizó un planeta extraño, Thra, el hogar de los gelfling. En su ansia de poder y conocimiento, los urSkeks experimentaron con el Cristal de la Verdad –el corazón de Thra – y terminaron divididos en dos mitades: los místicos y los skeksis. Los místicos, conscientes de su error, se recluyeron en las montañas, pero los skeksis se quedaron, exprimiendo el cristal y devorando su esencia: consumiendo el planeta y su vida impunemente, despreciando el coste de sus actos. Pero su avaricia causa el 'oscurecimiento', un cáncer que asola el planeta, matándolo lentamente y los gelfling deben luchar por su supervivencia y la de su hogar.

Podría ser simplemente un cuento. Pero no lo es, ¿verdad?

Thra bien podría ser la Tierra, y de ser así nos tocaría aceptar que esta vez, como en muchas otras, nosotros los humanos quizá no somos los buenos de la película. Quizá no somos los gelflings, como nos gustaría imaginar, si no los skeksis. Nos comemos el planeta que nos ha dado la vida hasta agotar las existencias de un futuro que nunca estuvo asegurado. Matamos nuestro hogar y nos vamos a dormir, unos más tranquilamente que otros, y dormimos. Y aún soñamos. Y hacemos chistes, gritando barbaridades porque el mundo está ardiendo, pero no nos llega el calor de las llamas. Tenemos la desfachatez de mirar a otro lado porque, por ahora, los que pagan el precio son otros. Porque sabemos que cuando llegue la factura, nosotros ya no estaremos aquí para fingir que queremos pagarla.