IDEAS

Cultura autocomplaciente

Marea de 'estelades' en Barcelona, durante la Diada.

Marea de 'estelades' en Barcelona, durante la Diada. / periodico

Xavier Bru de Sala

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Medio siglo atrás autocrítica y renovadora, hoy adocenada y autocomplaciente, es decir crítica con los demás y encantada en la placenta de la tribu, sitiada por las maléficas y oscuras fuerzas exteriores. En los 60y los 70, la cultura catalana era resistente, permeable, creadora, vanguardista, una locomotora capaz de cambiar las percepciones y modificar los valores de la sociedad. Ahora es, en el mejor de los casos, un apéndice, un instrumento, una excusa para convocar actos donde se renueva y se fosiliza el misterio de la fe independentista, dogmatizado a medida que se alejan las perspectivas de tocar el cielo con los dientes. Al paso que vamos, pronto no se podrá ganar un premio literario, participar en un concierto multitudinario en catalán, etc., sin manifestarse como adepto de la creencia republicana, ya sea en la versión radical-calvinista-postconvergente, ya sea en la revisionista-neokumbayá.

En los 60 y 70 la cultura catalana era vanguardista y creadora; ahora es un apéndice, un instrumento

Aún hay suerte, dentro de esta situación de la que sería inútil quejarse porque ya es bastante herejía no denunciarla, que no es la intención de este artículo, sino describirla sin acritud, que el cisma no se ha consumado, por lo que si en términos políticos es imposible dejar de ser maldito por unos o por otros guardianes de las respectivas confesiones, ortodoxa y conciliar, los protagonistas de la cultura de momento se salvan. Los que ya veremos, en cambio, si se salvan de las hogueras, sino inquisitoriales seguro que intolerantes, son los que van por libre, los descreídos que pasan para concentrarse en la obra creativa personal o colectiva. Veremos si también les llega el turno cuando se complete la lista negra de los que critican y se oponen de manera abierta a la nueva doctrina.

Visto con telescopio, el giro en el 'mainstream' de la cultura catalana (y en buena parte de la hispana) es espectacular, poco menos que copernicano. Desde dentro, los cambios son tan lentos que resulta más laborioso fijarse en ellos. Así, paso a paso, iremos retrocediendo hasta merecer de nuevo el apelativo de 'cultureta'.