Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

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Política, mentiras, terapia y telerrealidad

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A los 16 años Carmen, en mitad de una discusión con Lola, su madre, le amenazó con un cuchillo de cocina. Lola fue con Carmen a una escuela de padres en la que, básicamente, se dedicaron a culpabilizar a Lola, madre soltera de dos hijos y trabajadora, que tenía amantes y salía a menudo. «Carmen lo hace por llamar la atención», dijeron.

A los 21, Carmen se fue a un festival de música y pasó cinco días sin dormir. Al regresar, peroraba durante horas sobre sus grandes proyectos y decía que Dios le hablaba. A los dos días, volvió a intentar agredir a su madre, en mitad de una discusión absurda. Luego, salió pegando un portazo y estampó el coche.

El psiquiatra que trató a la niña indagó sobre sobre la historia del padre –comportamientos muy parecidos a los de Carmen–  y de su familia, y advirtió una pauta que parecía genética. El neurólogo confirmó que Carmen tenía una pequeña lesión en la corteza frontal, anterior al accidente.

Carmen sufría un trastorno bipolar. Durante el estado maníaco, las personas pueden sentirse agredidas por los demás y reaccionar de forma violenta, o atentar contra su vida. El trastorno es perfectamente tratable, pero primero hay que identificarlo como se debe.

Nueva culpabilización de Lola. ¿Cómo no había acudido directamente al psiquiatra en lo que, a todas luces era un episodio maníaco? ¿Cómo había dejado pasar cinco años?  El problema es que Carmen había ido a un coach, a una «escuela de padres», no a un profesional.

No es admisible 
que un 'coach' sin 
formación ocupe 
el puesto de un 
buen profesional

'Hermano mayor' es un programa guionizado. Recuerdo perfectamente uno de los episodios en el que la hija le pegaba tales gritos al padre que temblaban los cimientos de la casa. De vez en cuando, la chica, una pésima actriz, se paraba y miraba a cámara. Casi podía escuchar al regidor diciendo: «Más, más, ¡grita más!».

El exhibicionismo de la intimidad familiar y personal, el uso casi pornográfico que se hace de las humillaciones, gritos e insultos, los montajes… nada de eso es terapéutico.

Gritar, romper, como desahogo, tampoco lo es. Numerosos estudios clínicos demuestran que liberar la rabia contenida (sobre todo en pacientes con problemas de impulsividad) incrementa la hostilidad en la vida cotidiana. O sea: las técnicas empleadas en el programa no son útiles y pueden incluso empeorar a los pacientes.

Dar fama y popularidad al agresivo no es profesional. Vender cambios rápidos y milagrosos, menos. Los cambios en terapia, y los procesos de cambio en familias disfuncionales son lentos y progresivos, y más cuando está en juego la identidad. 

No es nunca recomendable realizar intervenciones generadoras de confrontación demasiado pronto, como hace el programa. Y no es ético ni eficiente que no se trabaje casi nada con los padres, que generalmente suelen ser ausentes, ni con las madres, sobreprotectoras y dependientes.  

Por último: Vejaciones como encerrar una chica en una urna de metacrilato «por su bien» no son terapia. Es maltrato.

Lo que no es nunca, nunca, admisible  es que un 'coach' sin formación específica se ponga a intentar solucionar problemas que debe tratar un buen profesional.

Pedro García Aguado no tiene ningún tipo de formación, más allá de haber superado una adicción, haber sido medallista olímpico y haber trabajado en un programa de telerrealidad. Que le hayan contratado como Director general de la Juventud en la Comunidad de Madrid, con 93.855 euros al año de salario bruto, demuestra lo poco que se respeta en nuestra sociedad tanto a los verdaderos profesionales como a la juventud. Una vergüenza. Y una irresponsabilidad.