Convocatorias excluyentes

Todas las fronteras de la Diada

Cada Diada del `procés¿ ha ido dibujando un surco en el territorio entre el 'nosotros' y 'los otros'

Todas las fronteras de la diada, por emma riverola

Todas las fronteras de la diada, por emma riverola / LEONARD BEARD

Emma Riverola

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Quizá todo se deba al hecho de celebrar una derrota. ¿Por qué entre tantos momentos históricos se escogió la caída de Barcelona en manos de las tropas borbónicas durante la guerra de sucesión española? En ese momento, la ciudad era frontera de dos ejércitos, de dos casas monárquicas, de un conflicto internacional que marcaría el destino de Europa. Demasiada herida para un territorio tan pequeño.

Pasó la historia por las calles de la ciudad. La represión borbónica cayó sobre los territorios austracistas de la Corona de Aragón, especialmente en Catalunya, último bastión rebelde. No llegó la restitución de las instituciones y las leyes, pero sí la apertura de los puertos de América al comercio catalán. Hablamos de exportación de vino y aguardiente, de algodón y de revolución industrial, de negreros y mansiones… Décadas en las que entraba el dinero a espuertas y se cavaban fronteras de dolor en África y América, pero esa es otra historia. Exactamente, la parte oscura, carente de épica y orgullo. 

Vino y se fue la dictadura de Franco y la Diada se vistió de largo el 11 de septiembre de 1976. Una multitudinaria manifestación se congregó en Sant Boi de Llobregat, el lugar autorizado para realizarla. Entonces, las ‘senyeres’ se compraron en las mercerías, no en los bazares, y en la calle convivieron con ikurriñas y hoces y martillos. No hacia ni un año de la muerte del dictador y en la calle aún circulaba el miedo. Fueron muchas las emociones que desfilaron juntas ese día. Catalanistas de todos los colores, mucha gente del PSUC, independentistas, pero también ciudadanos sin carnet que solo querían disfrutar de una libertad titubeante pero exultante. El catalán se mezcló con mil acentos del castellano. Las patrias grandes y las chicas se fundieron en la voluntad de echar paletadas de ilusión sobre la memoria, aún viva, de una guerra civil que había herido la vida de tantos. Ese día adquirió la forma de un bálsamo capaz de calmar las cicatrices de las trincheras. 

Los años fueron pasando, también los entusiasmos. Y la Diada adquirió la forma de día festivo, pastel cuatribarrado y actos oficiales. Una amable jornada de afirmación. Hasta que llegaron la crisis, los recortes, el pliegue en la alfombra por el que asomaban la Gürtel y el 3%, el Estatut recortado, los réditos políticos de escarbar en el conflicto entre una idea de Catalunya y otra de España, el choque de nacionalismos…  Y la ANC.

Año 1 de la Era del Procés

2012. En abril se constituye la Asamblea Nacional Catalana, esa asociación que se ha autoerigido en faro de Catalunya y que hunde en las sombras todo lo que escapa de su luz uniformadora y dogmática. Cinco meses después se celebra la primera gran Diada de la Era del Procés. ‘Catalunya, nou Estat d’Europa’. No hace falta recurrir a las cifras oficiales (siempre prisioneras de ese millón de asistentes imprescindibles para que en Catalunya una manifestación sea de pro) para admirar que la afluencia fue masiva, colosal, extraordinaria. Esa Diada marcó el inicio del ‘más difícil todavía’. Desde entonces, cada nueva cita del 11 de septiembre se ha convertido en una compleja operación de ingeniería organizativa y negocio promocional.

'Via catalana cap a la independencia' (2013), '9-N votarem; 9-N guanyarem' (2014), 'Via lliure a la República' (2015), 'A punt' (2016), 'La Diada del sí' (2017), 'Fem la República Catalana' (2018)… ¿Cómo expresar lo que provoca tanta homogeneidad, tanta ordenada alegría, tantos lemas que casan mal con la realidad, sin parecer cubierta de ceniza?

La frontera

Es la frontera. Ese lugar en el que todo cambia, la línea limítrofe entre unos y otros. A veces, también la herida que marca el ‘nosotros’ de los ‘otros’. Año tras año, la manifestación de la Diada -expresión de su esencia- se ha ido consolidando como la fiesta particular de cientos de miles de personas. En su inmensidad ha adquirido la percepción de totalidad, de conjunto. Pero su convocatoria está basada en la exclusión de otros cientos de miles de ciudadanos que no se sienten apelados, que no comparten ni la idea ni el fin de esa Catalunya que anhelan otros. Cada Diada del ‘procés’ ha ido dibujando un surco en el territorio. Al fin, una multiplicidad de fronteras que cuartean esfuerzos y afectos. Kilómetros y kilómetros de zanja por los que circulan, y se pierden, complicidades.

Bajo los focos de esa Catalunya emitida, expresada y proclamada por los medios de comunicación públicos y las instituciones dirigidas por el independentismo, los que circulan al otro lado de la frontera ‘correcta’ o se pierden en las sombras, o son iluminados por otros focos que solo quieren instrumentalizar el conflicto. Y se cubren de ceniza, que es el resto de las ilusiones compartidas.