Migraciones en el Mediterráneo

Perdonen la molestia

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Antonio Franco

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Perdonen, ya sé que no es un buen momento, ya sé que casi nunca es buen momento y ahora que se han acabado las vacaciones todavía menos. No están de demasiado humor y les absorben los temas importantes: planchar las banderas porque se acerca el día 11, mirar la tele para ver si los de Madrid forman por fin un puñetero gobierno, y sobre todo tomar fuerzas para resistir en el empleo. Temo que encima se molestarán más cuando vean que escribo sobre algo que ya están hartos de que se lo recuerden: el desagradable tema de los inmigrantes de los barcos. Finaliza el veraneo (para nosotros) y cambiamos de ritmo de vida pero para ellos todo sigue igual. Siguen navegando hacia donde sea huyendo de guerras, pobrezas y tiranías pero de hecho el resto del mundo hace lo que puede para que vayan rumbo a ninguna parte. Y todo el mundo dice que no es por dureza de corazón; nadie queda indiferente ante sus historias, sus ojos, sus miedos y ese apiñarse hombres, mujeres y niños en bloques oscuros, aunque está claro que dan como miedo.

Las televisiones nos los enseñan bastante y entonces pensamos que alguien debería ayudarles, incluso que nosotros tendríamos que levantarnos un momento del sillón y hacer algo. Pero inmediatamente nos tranquiliza no saber muy bien el qué. Y nos reconforta la verdad oficial: la solución no es que vengan aquí; ni cabemos ni hay recursos para tantos como son los que huyen; y si acogemos a unos pocos pondríamos en marcha ese peligrosísimo 'efecto llamada' que tanto nos han explicado. Luego está lo de que la actuación eficaz debe ser global, protagonizada por eso tan impersonal que se llama “todo el mundo” y quiere decir “todas las personas”. Y pensamos en la fórmula no asistencial: que ellos resuelvan los problemas que tienen en sus países luchando allí contra los cabrones que les asfixian igual que nosotros --bueno, no nosotros sino nuestros queridos antepasados- hicimos aquí hasta lograr las libertades y las prosperidades. Ninguna de estas cosas, es una pena, deben tenerlas ni muy claras ni muy presentes los que van en los barcos.

Por un lado la cuestión dice llamarse impotencia y crea olvidadizos, amnésicos e indiferentes. Hay medios para cosas como intentar volver a la Luna pero no para eso. En otros tiempos, antes del perfeccionamiento del lenguaje, nos habrían calificado de mezquinos, cínicos y cobardes. Por otro lado están ellos, los actuales parias de la Tierra, que ni siquiera suscitan sentimientos de revolución, de reformar el poder mundial o de exigir de verdad a nuestros políticos una unión internacional cohesionada para ayudarles. En nuestras elecciones eso ni siquiera se promete.  Perdonen por la molestia de recordarlo.