Leopoldo Pomés

Aquella Barcelona

Leopoldo Pomés

Leopoldo Pomés / periodico

Milena Busquets

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Creo que esa noche se celebraban los 25 años de la editorial Tusquets. Debe hacer 25 años ya que este verano se celebró el 50º aniversario. Todos eran mucho más jóvenes que ahora aunque a mí me pareciesen unos vejestorios (del mismo modo que mis hijos me consideran a mí una ancianita y ya casi tienen razón). Yo acababa de regresar a Barcelona después de cuatro años estudiando en Inglaterra, tenía 22. Le dije a mi madre que la acompañaría a la fiesta si me compraba un vestido y me regaló un vestido precioso. La celebración tenía lugar en La Balsa, un restaurante en la parte alta de la ciudad que fue durante años escenario habitual de cenas y comidas editoriales (allí se celebraba también la cena del Premio Herralde). No podía ser en otro lugar, era el restaurante más bonito de Barcelona y tenía una amplia terraza, perfecta para dar fiestas.

Yo estaba muy contenta con mi vestido y me gustaba mucho hacer de acompañante de mi madre, conocía a las personas más divertidas y amables. Esa noche conocí a Vargas Llosa, quedé tan impresionada (ya lo había leído) que solo se me ocurrió decirle que era muy guapo.

En un momento dado salí a la terraza dando un grácil saltito para que se moviese la falda de mi vestido, entonces no sé cómo di un traspié, planeé unos metros y si no llega a ser porque había una mesa que me frenó, hubiese acabado en el suelo. Me recompuse rápidamente y miré a mi alrededor para contabilizar cuántas personas del mundo editorial y de la sociedad barcelonesa me habían visto hacer el ridículo. No me había visto nadie, solo un señor con barba, muy alto e imponente, me miraba sonriendo desde un rincón: Leopoldo Pomés.

-Tienes ojos de heroína de Charles Chaplin, ojos de sorpresa.- me dijo intentando que no se le escapase la risa.

-Ha sido horrible, ¿no? –le pregunté.- Un ridículo irrecuperable.

-No, no, te las has apañado bastante bien. No has llegado al suelo.- me tranquilizó.

Apenas conocí a Leopoldo Pomés pero le admiraba y me crucé con él en innumerables ocasiones. Su nombre, como el de la gran Carmen Balcells, el de Maspons, el de José Agustín Goytisolo, el de Ana María Moix, el de Terenci, el de Montalbán o el de Ana María Matute, forma parte de una Barcelona extraordinaria que ya casi ha desaparecido y que no tiene sustitutos. Llevé aquel vestido durante años, hasta que la seda se desgarró.