La de los colmillos rojo brillante
Lucía Lijtmaer
Periodista
Lucia Lijtmaer
Para quien no viva pendiente de estas cosas, la semana que viene tendrá un acontecimiento editorial interplanetario: sale a la venta casi 'Los testamentos', la continuación de 'El cuento de la criada', de Margaret Atwood. Los fans de la obra, cada vez más numerosos tras el traslado a la ficción televisiva, podrán recuperar el mundo de Gilead, contado en esta ocasión a través de tres voces narradoras femeninas.
'El cuento de la criada' resuena y se propaga en una cámara de eco probablemente por coincidencias con nuestro presente. De eso ya se ha hablado muchísimo. Donald Trump separa a niños de sus padres en la frontera. Se ponen en discusión los derechos reproductivos de las mujeres en todo el mundo. Alabado sea el fruto. Involución.
No existe en Margaret Atwood la estupidez de no querer tener personajes femeninos malignos, y poco virtuosos o edificantes
Habrá que ver qué pasa con estas tres narradoras. Quizás recuerden a otra novela de Atwood, mi favorita: 'La novia ladrona'. Parafraseando una canción infantil en la que hay un hombre que roba a una novia de su propia familia, Atwood construye una historia coral de tres mujeres de mediana edad (Charis, Roz y Tony) que recuerdan como una mujer -¡otra mujer!- Zenia, la de la melena negra y los ojos violetas, les robó el marido. A las tres. Uno tras otro. Ahora es la novia la que es ladrona. La que asesta un mordisco mortal directo al corazón.
En 'La novia ladrona' lo femenino se despliega ante nuestros ojos con todas sus contradicciones, con una pesadilla recurrente: hay otra que te lo arrebata todo. Y después de quitártelo, lo machaca y lo escupe, solo porque puede. Solo porque tiene capacidad de hacerlo. Zenia es mala. Es malísima. Es tan mala que su historia no podía acabar solo ahí, en esa novela. Atwood la recupera, veinte años después, en su colección de cuentos 'Nueve cuentos malvados', con el título 'Sueño con Zenia la de los colmillos rojo brillante'. No desvelaré qué le pasa al personaje en ese tránsito, pero digamos que Atwood no escatima nada en su literatura. Por suerte, no existe en ella la estupidez de no querer tener personajes femeninos malignos, y poco virtuosos o edificantes. Al fin y al cabo, quien quiera edificar, que se dedique a la arquitectura.
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