Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL
Escritora
Lucía Etxebarria
Escritora
Lucía Etxebarria
La última mentira sobre Amy Winehouse
Resulta aterrador, si una ve fotos, observar cómo Amy Winehouse pierde peso en pocos meses en el 2002. Sabe que se enfrenta a una campaña de promoción masiva. La Amy de antes del éxito no está gorda, en absoluto. Pero, definitivamente, no es el tipo de mujer que se suele ver en los vídeos superventas. Por eso adelgaza.
Una de cada dos bulímicas es adicta. La bulimia es en sí misma una adicción, porque una vez empiezas, no puedes dejarlo. Eres adicta a atracarte de cuando en cuando. Y lo eres porque tienes un problema de base: una enorme ansiedad y una depresión, y los atracones te proporcionan un alivio momentáneo. Pero luego te sientes culpable por haberte pegado un atracón, y entonces te sientes aún peor.
Amy fallece porque ha bebido dos botellas de vodka. En realidad, no es el alcohol lo que la ha matado. Muchos alcohólicos beben dos botellas diarias.
No la ha matado una adicción a las drogas, no la ha matado el alcoholismo. La ha matado una enfermedad compleja y multifactorial.
Hay fotografías de Amy con la cara hinchada, algo típico de las bulímicas, pero nadie lo quiso ver
¿Por qué existe esa aceptación tácita en nuestra cultura de que si una mujer es famosa tiene que ser delgada? ¿Por qué normalizamos los desórdenes alimentarios? ¿Por qué durante los cinco años en que Amy está expuesta constantemente a los medios, se mencionan constantemente sus adicciones, pero casi nunca su trastorno alimentario? ¿Por qué en el documental tampoco se le concede apenas importancia a su bulimia? Como si fuera menos importante que las drogas o el alcohol, como si no estuviera todo íntimamente relacionado.
Como si Amy no hubiera batallado 12 años de su vida contra un trastorno que finalmente la mató, un trastorno que nadie se ocupó de tratar o medicar.
Cuando Amy aparecía hecha un saco de huesos en las fotografías se daba por hecho que todo tenía que ver con las drogas, y nadie reparaba en que su marido, adicto como ella, no estaba así de demacrado. Incluso hay fotografías de Amy con la cara hinchada, algo típico de las bulímicas (porque las glándulas salivares se infectan), pero nadie lo quiso ver.
Una mujer con bulimia nerviosa puede sufrir, como Amy, la enfermedad durante años y mantenerse funcional sin problemas. Se trata la bulimia como algo incidental, poco importante. Parece que no es una adicción, o que no mate. Pero la bulimia es una adicción conductual. Y sí, mata.
Cuando una mujer muere por esofagitis o fallo cardíaco, el forense no pone muerte por bulimia en su acta de defunción. Pero es tan llamativa la cantidad de mujeres jóvenes que mueren por esofagitis que ha llevado a muchas investigadoras a pensar que en el mundo occidental mueren más mujeres por trastornos alimentarios que por sida.
Si hablamos de bulimia, una enfermedad que tiene que ver no solo con factores genéticos sino también con factores sociales, como la necesidad de encajar en una talla determinada, parece que catalogar a Amy como a una drogadicta es fácil, porque así se diría que nosotros no tengamos ninguna responsabilidad sobre el tema. En una entrevista, su hermano Alex menciona el quid de la cuestión: el hecho de que existe una increíble ignorancia sobre el tema, que los médicos en general no tienen ni idea de cómo tratarlo.
En España, casi medio millón de personas sufren hoy, en el 2019, un trastorno alimentario grave y, aun así, el país carece de una legislación que persiga la apología en la Red o en la publicidad de los trastornos alimentarios. ¿Cuántas personas tienen a una Amy en casa y no lo saben? Y sobre todo, ¿por qué parece que importa tan poco saberlo?
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