Juan Carlos Ortega

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Bastante bien se portan

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Miro a un grupo de niños en un parque y me sorprende lo bien que se portan. Sin embargo, algunos padres les riñen. No crean que voy a hacer una defensa de la educación laxa y permisiva, qué va. Simplemente estoy sorprendido por la magnífica conducta de esos críos y la percepción errónea que sus padres de ese comportamiento tienen.

Recuerden la última vez que estuvieron en un parque infantil. ¿Les viene a la cabeza lo que hacían los niños? Lo peor que puede decirse de ellos es que se tiraban arena a la cara, o que lloraban, o que no obedecían cuando sus padres les exigían que bajaran del columpio. Eso es todo. Ningún crío asesinó a otro mordiéndole el cuello en una zona letal, ni le lanzó una piedra gigante desde muy alto para partir el cráneo a algún amiguito. Tan solo iban a su bola, sumergidos en un universo de juegos que iban inventándose sobre la marcha.

Hace nada, los
antepasados
del crío y del
psicólogo al
que lo llevamos
corrían por África
con el pito al aire

Y, de verdad, me sorprende que no hagan nada espantoso y que su comportamiento sea tan civilizado. Piensen en el cerebro de esos pequeños. Tienen tres. Igual que usted y yo. Pero para alguien de 8 años, tres cerebros son muchos cerebros. Dentro de su cráneo aún está, muy chiquitito, el cerebro de cuando éramos reptiles. Un cerebro egoísta, agresivo, territorial; un cerebro poco de fiar, para entendernos. Por encima de ese, emerge el que nos salió cuando, tras millones de años de selección natural,  nos convertimos en mamíferos. Y por si fuera poco, todavía hay otro, el último, ese que nos hace ser 'sapiens' y poder leer este artículo.

Tres cerebros en esas cabecitas tan pequeñas, apretados como en una maleta mal hecha. Tres cabinas de mando, enviando órdenes contradictorias, instándoles a ser egoístas, amables, racionales, estúpidos, agresivos, confiados, desconfiados, y todo eso a la vez, en un baile loco de neuronas estableciendo conexiones delirantes.

De rama en rama

¡Tres cerebros, angelitos míos, y les pedimos que se porten bien! ¿De qué vamos? Bastante bien se portan, pobrecitos. Hace poco, realmente poquísimo, sus antepasados aún estaban en los árboles, danzando alegremente de rama en rama, y ahora, con mala baba, les gritamos que se bajen del columpio. ¡Dejémosles en paz un poquito, por favor!

Y si hacen algo raro, por leve que sea, enseguida nos agobiamos y les enviamos al psicólogo, al que damos un dinero por el que no obtenemos ni un recibo; viva el dinero negro. ¡Pero si hace nada los antepasados del psicólogo y del niño estaban corriendo por África, súperpeludos los dos, con los pitos al aire! ¡Y un poco antes los encontraríamos viviendo en zonas pantanosas, con un comportamiento que avergonzaría incluso a un chimpancé actual!

Cada vez que su hijo haga algo raro, cierre usted los ojos y cuente a 10. Solo tardará uno segundos. Respire hondo e imagine, con bondad y comprensión, lo que hay debajo del cráneo de ese pequeñajo que usted ha decidido traer al mundo. Tres cerebros en el cuerpo de un animalito pequeño con la voz chillona. Así que relájese, que bastante bien se porta. Y si no lo hace, al menos exíjale al psicólogo el recibo, que todos pagamos el IVA.