Paralelismos con el 'procés'

El problema catalán es el primer problema español

Mientras Sánchez no mueva ficha no sabrá si son viables nuevos pactos con los nacionalistas que le permitan a España encarar una nueva etapa

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Andreu Claret

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Pedro Sánchez ha pasado unas cortas vacaciones en el parque de Doñana. Esto es, a 997 kilómetros de Barcelona, según compruebo en Google Maps. A más de mil kilómetros, si añadimos los que faltan para llegar a la finca de Las Marismillas. Nada hay que objetar a su decisión, pero llama la atención la distancia, como metáfora de una actitud de soslayo sistemático del conflicto catalán. La última vez que Sánchez mencionó Catalunya fue durante el debate de investidura, porque la oposición y sus posibles aliados le forzaron a hacerlo. Había conseguido lo que parecía imposible: una intervención inicial de dos horas sin mencionar la palabra maldita. Algo así como si el presidente del Barça diera una conferencia de prensa sin hablar de Neymar. Y cuando se lo echaron en cara, contestó con referencias obligadas pero genéricas a un diálogo dentro de la Constitución y recurrió a la idea de que cuando propone políticas para la sanidad o el paro, también se refiere a Catalunya. Obvio.

Es como si al hablar de la crisis catalana le dominara la indiferencia. Sería peor si empezara a pensar, como Rajoy, que el tema se resolverá solo, por el cansancio de los contrincantes. Ningunear Catalunya ha sido una actitud recurrente en estadistas e intelectuales españoles. Azaña ya escribió, en 1918, durante un viaje por el norte del país, que "esto del nacionalismo es como el dominó en Valladolid, un fruto del aburrimiento provincial". Era una 'boutade', porque acabaría haciendo suya la idea de que España necesitaba Catalunya para alumbrar la República. Algunos intelectuales españoles de izquierdas ya lo habían advertido, al calor de los nuevos tiempos que encarnó el presidente norteamericano Woodrow Wilson, paladín de los derechos de los pueblos. "España puede ser más grande con una Catalunya autónoma", escribió Luis Bello, el mismo año en el que el futuro presidente de la República había manifestado su fastidio ante el nacionalismo.

Desasosiego por el 'procés'

En defensa de Sánchez hay que reconocer que el proceso político catalán ha entrado en una dinámica que produce desasosiego en muchas latitudes. Y que algunos de sus últimos episodios son "para escribir un libro", como dijo también Azaña, tras la declaración del estado catalán el 6 de octubre de 1934. Sin embargo, por seguir con alguien que tuvo palabras durísimas con los nacionalistas catalanes a partir de entonces, Azaña nunca olvidó que "el problema de Catalunya es el primer problema español". Lo dijo en una tensa sesión de las Cortes marcada por el conflicto sobre la ley de cultivos, en junio de 1934, para evitar que en Barcelona sucediera algo que pudiera dar pie a una suspensión del Estatuto. No lo consiguió. Poco después se producía la huida hacia delante de Companys.

La historia catalana y la española se repiten con una asombrosa recurrencia. Y se comprende la tentación de Sánchez de dejar que el tiempo arregle aquello que estropeó la conjura de unos irresponsables, por decirlo en palabras de Jordi Amat. Pero Doñana debe ser un lugar ideal para pensar en los plazos largos que han marcado las relaciones entre el nacionalismo catalán y España. Tras otro intento de 6 de octubre volvemos a estar donde estábamos poco antes del pacto de San Sebastián. Con una Catalunya que no tiene fuerza para imponer la independencia y con una España que no podrá realizar su potencial (entonces era la Segunda República, ahora es la segunda modernización del país) si no cuenta con Catalunya. Ni podrá jugar en Europa el papel al que Sánchez aspira. Ni podrá hacer frente a los desafíos económicos y geopolíticos que embarran el horizonte.

Es probable que Pedro Sánchez piense que no tiene interlocutores en Catalunya para una operación de esta envergadura. Pero no lo sabrá hasta que no haga una propuesta que devuelva el conflicto a la política. Hasta entonces no podrá valorar la consistencia de las palabras de Junqueras y de las iniciativas dialogantes que recorren el antiguo universo convergente. Mientras no mueva ficha no sabrá si son viables nuevos pactos con los nacionalistas, o con parte de ellos, que le permitan a España encarar una nueva etapa. Si ese pacto fructifica y si la sentencia del Tribunal Supremo no lo impide (un indulto puede facilitarlo), Sánchez tendrá recorrido para afrontar el "problema español" al que se refería Azaña. Si no vendrán los otros, y lo resolverán a su manera, con nuevos modales pero con talante autoritario, como siempre ha ocurrido en la historia de España. Los independentistas catalanes también deberían tenerlo en cuenta.  

Periodista y escritor.