Análisis

Cuidar a quienes cuidan

Ser cuidado y cuidar es un derecho y un deber en una sociedad que sitúe en un lugar prioritario la vulnerabilidad de la vida

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Esther Vivas

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La vulnerabilidad que implica ser dependientes es inherente a la condición humana. Todos necesitamos en un momento u otro de nuestras vidas que nos cuiden, en particular cuando somos pequeños o muy mayores o al estar enfermos, ¿y quién lo hace? Por regla general, mujeres, aunque también hay algunos hombres, que son mano de obra barata o incluso gratuita.

Son a menudo los grandes olvidados de la sociedad, porque a pesar de que en mayor o menor medida nos preocupamos por las personas dependientes, ¿quién se preocupa por aquellos que las cuidan? Un trabajo que ni siquiera es considerado trabajo, y cuando lo es los salarios son bajos, los derechos laborales prácticamente nulos y el reconocimiento social inexistente. Muy sintomático que nuestra sociedad valore y pague más a aquellos que «cuidan» de ordenadores y máquinas, con todo el respeto para estas profesiones, que a los que se encargan de personas.

¿Cómo mantener jornadas laborales incompatibles con la vida personal y familiar si no fuese por quien cuida de las personas dependientes, cocina y limpia? Si el trabajo de cuidados fuese remunerado significaría nada más y nada menos que el 53 % del PIB del Estado español.

Hoy el sistema tiene otro problema: cada vez hay menos mujeres dispuestas a hacer este trabajo. Las amas de casa de siempre, en la medida en que se han incorporado al mercado laboral, son muchas menos que antes, mientras que la dependencia, en concreto asociada a la vejez, ha aumentado, y lo seguirá haciendo debido a la tendencia demográfica. Se calcula que en el 2050 la demanda de cuidados crecerá el 50 %, el 47 % del mismo en el segmento de personas mayores.

Entonces, ¿quién nos cuidará? Esto deriva en un problema de gran magnitud. He aquí la crisis de los cuidados. Ante la dejadez del Estado, la poca implicación masculina y los altos precios de las empresas del sector, cuando las mujeres no han podido más se ha optado por externalizar su trabajo en terceras personas. Así lo han hecho las familias con rentas medias y altas, que lo pueden costear, dejando el trabajo de cuidados en manos de una legión de cuidadoras 'low cost', muchas de ellas inmigrantes.

Las tareas de reproducción se han concentrado en unos determinados sectores sociales, étnicos y de género, a la cola de la escala sociolaboral. Al mismo tiempo, aquellas familias con rentas más bajas, ante la falta de ayudas públicas, han tenido que responder a esta necesidad en el seno del hogar, con sus mujeres. Una dinámica que ha generado un aumento de las desigualdades de clase. Ante esta realidad, el Estado se ha lavado las manos, y el desmantelamiento de la ya limitada ley de dependencia vía contrarreforma, en el 2012, es una muestra.

La necesidad de un modelo de organización social que coloque los cuidados en el centro, los valore, los haga visibles y señale que son responsabilidad de todos, con una imprescindible implicación del Estado, es imperiosa. Ser cuidado y cuidar es un derecho y un deber en una sociedad que sitúe en un lugar prioritario la vulnerabilidad de la vida. Sin olvidar cuidar a quienes cuidan.