Interrelación insólita

Exotismos comunicativos del verano

La propietaria de un negocio insistía en vendernos un producto ¡más barato que el que nosotros nos proponíamos comprar originalmente!

ilustracion articulo opinion  Estrella Montolío

ilustracion articulo opinion Estrella Montolío / periodico

Estrella Montolío

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Este verano, motivados por la pirámide de libros de autoayudalibros de autoayuda que habíamos devorado durante los meses previos, a los que se sumaron las recomendaciones de 'coaches' y psicólogos que nos animan a salir de nuestra zona de confort en busca de experiencias diferentes de nuestras costumbres cotidianas, nos propusimos aprovechar las vacaciones para viajar a algún lugar exótico en el que sus aborígenes practicaran ceremonias sociales alejadas de nuestras rutinas habituales. Dado que me dedico a la comunicación, decidimos ir en busca de algún grupo humano cuyos intercambios comunicativos mostraran claras divergencias respecto de los hábitos con los que estamos familiarizados.

Tras un largo desplazamiento, contactamos, en efecto, con individuos que efectuaban rituales comunicativos insólitos para nosotros. Les expongo a continuación simplemente tres ejemplos que demuestran el chocante exotismo comunicativo que experimentamos.

Costumbres estrafalarias

Nuestra primera sorpresa se produjo en un lugar de la costa en el que era necesario abandonar los vehículos para hacer a pie durante unos 15 minutos un camino entre un bosquecillo hasta llegar a la zona de la playa. Para nuestro absoluto asombro, durante todo el recorrido por el sendero boscoso, todo individuo  que se cruzaba con otro emitía una fórmula de saludo, del tipo "Buenos días/Buenas tardes", acompañada con frecuencia de una ligera sonrisa. Nuestro desconcierto fue mayor cuando comprobamos que los miembros de una misma familia, si iban levemente alejados unos de otros, por ejemplo la mamá con un niño de la mano y, tres metros más atrás, el progenitor con un bebé, saludaban ambos adultos, no dando por válida la fórmula de "con un solo saludo en nombre de todo el grupo, va que chuta". La estupefacción fue absoluta cuando comprobamos que el ritual de intercambio de cortesías no decaía a medida que iban transcurriendo minutos, pasos e individuos a los que saludar. Con una disciplina que uno describiría como prusiana, si esta comparación no fuera una incoherencia antropológica y cultural, los indígenas mantenían, inalterables, la salutación afable.

No tuvimos que esperar mucho para observar otro excéntrico comportamiento comunicativo. Ocurrió en la pescadería, cuando ante nuestra petición de que nos pesara un bonito, la pescadera preguntó amablemente para qué lo queríamos y cómo lo íbamos a cocinar. Cuando respondimos “para hacer al horno“, la pescadera sugirió que nos lleváramos chicharro, un pescado de la zona, de gusto excelente, acabado de pescar... (y ahora viene lo auténticamente estrafalario) ¡a mitad del precio de lo que valía el bonito! La sugerencia nos dejó boquiabiertos: la propietaria de un negocio insistía en vendernos un producto ¡más barato que el que nosotros nos proponíamos comprar originalmente!  Supimos después que se trata de una costumbre muy extendida entre esos nativos en cuestión, lo que anotamos convenientemente en nuestro cuaderno de notas.

Fueron numerosas las muestras de rareza comunicativa que pudimos observar, pero les he prometido que solo me detendría en tres. La tercera la experimentamos muy poco después de la anterior, al llegar al horno de pan (que allí llaman tahona) y comprar un pan redondo (que allí denominan hogaza). Cuando me dispuse a pagar, advertí con preocupación que solo llevaba billetes grandes y tarjetas de crédito.  Ante mi absoluta sorpresa, la señora de la panadería me dirigió la siguiente frase: “¡Ah, no se preocupe! ¡Ya me lo dará cualquier otro día que venga!” La intervención me dejó atónita: ¡una persona que no me había visto en la vida daba por sentado que yo volvería a aquella pequeña tiendecita de aquel pueblito recóndito a pagar mi deuda!

Indígenas de la gran ciudad

Hemos regresado a casa la mar de satisfechos con nuestro cuaderno de campo repleto de observaciones semejantes. ¡Nuestra expedición en busca del exotismo comunicativo ha sido un éxito absoluto! Sin embargo, todavía me pregunto por qué algunos amigos, al leer nuestras anotaciones, nos han dirigido comentarios como este: “No sé qué te extraña tanto. ¡En mi pueblo hacemos exactamente lo mismo!” Estas reacciones nos han dejado de piedra. ¿Se tratará de algún tipo de influjo cultural entre comunidades a larga distancia?

¿O será que la comunicación estrafalaria, carente de afabilidad, de franqueza y de confianza en quien no se conoce, la practicamos más bien los indígenas de la gran ciudad?

*Catedrática de Lengua Española de la Universitat de Barcelona.

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