Un mundo peor

Querido Poldo

Leopoldo Pomés.

Leopoldo Pomés. / JULIO CARBÓ

Carles Sans

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A veces te sorprendes pensando, con una sensación discriminadora, que hay personas que nunca deberían morirse. Es un sentimiento injusto que parece querer decir que hay personas que sí deberían hacerlo. Se trata de una reacción vital ante la pérdida de alguien que crees que debiera permanecer durante toda nuestra vida porque su labor ha dejado huella, y su persona o su obra han contribuido a que este mundo sea mejor.

Ahora, tras el fallecimiento de Leopoldo Pomés, este mundo es un poco peor. Pomés es un fotógrafo referente de una Barcelona por la que, sin haberla vivido, siento una gran nostalgia. Leopoldo es -me niego a utilizar el pretérito- un maestro. Un maestro apasionado. Un hombre de una personalidad arrolladora, un amante de la vida y de la feminidad, a la que le dedicó mucho de su arte fotográfico.

Ahora Karen, su exesposa y amiga inseparable, se queda sin su insustituible compañero. Poldo, que así le llamábamos quienes le conocíamos, fue un hedonista que además fotografiaba, escribía, cocinaba, dirigía y conversaba. De niño tuve la suerte de posar para él. Fue durante un periodo de mi vida en que hice muchísimos anuncios y siempre recordaré el anuncio de un café donde representaba al hijo menor de una familia que desayunaba en torno a una mesa con una taza de humeante Nescafé. Él nunca se acordó de esa sesión: fueron tantísimas campañas con tantísimos modelos… yo era uno más para aquel hombre de altísima figura, de prominente barba, con voz profunda y mirada poderosa. Pero detrás de su imagen se escondía un hombre sensible, elegantísimo, creativo, con un sentido del humor refinado y con un gusto insuperable por la estética y por la luz. Con él compartí muchas horas y aprendí de su fina ironía. Cocinaba, teorizaba sobre el pan con tomate, preparaba la pasta como nadie, le gustaba rodearse de gente joven: la última vez que hablé con él fue con motivo del recital que daba uno de sus nietos en el Utopía Photo Market.

Querido Poldo: Serrat te nombró en su 'Conillet de vellut' y nos dejó un 203 82 82. Tal vez algún día lo marque por si quieres contarme cómo has mejorado la tenue luz del cielo en el que ahora estás.