ANÁLISIS

Pomés, un señor de Barcelona

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Pepe Encinas

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"L' infinit, volant, volant / Ha vingut a les casetes dels meus ulls / L’infinit, entrant, entrant/ M'ha deixat veure moltes coses/ El mar, el cel, el sempre i el nostre amor". Tal vez sea la poesía una de las facetas menos conocidas de este gran fotógrafo pero a Leopoldo Pomés le gustaba hacer poemas. De joven frecuentaba el bar Mirasol, en la plaza Gala Placídia donde conoció a muchos de los intelectuales del grupo vanguardista Dau al Set como Modest Cuixart, Antoni  Tàpies, Joan Ponç y Joan Brossa… y coincidió con Joan Oliver (Pere Quart), que solía ir a tomar café. Y Pomés, entusiasmado, le enseñó su poemario.

Ya desde joven Leopoldo tuvo un idilio con Barcelona, nombre de mujer. Su padre era comercial de especias y asesoraba a la empresa alimentaria Potax. Para que su hijo no estuviera ocioso, le buscó una ocupación en las oficinas de la empresa. "Iba todos los días a las nueve de la mañana a pasar las facturas y los pedidos a máquina" -cuenta Pomésen sus memorias-. "Mi padre estaba contento porque veía que al fin su hijo hacía algo productivo".

Sus retratos tienen el duende que solo él sabe sacar a sus personajes

Pomés sigue explicando que se había comprado una máquina Kodak Retina y en un descanso salió al balcón a probar la cámara. "Me encontré un panorama fantástico. Había una luz que detallaba los adoquines, locomotoras humeantes, un velero y otros barcos, mercancías apiladas, policía nacional, un cura, curiosos y peatones..., en ese plano general del puerto estaba todo. Siempre digo que hubiera sido un inútil si no hubiera disparado la cámara en ese momento para retener esa imagen única. Allí tenía el paisaje, los objetos, las personas, y sobre todo había una luz extraordinaria".          

Leopoldo se está refiriendo a esta extraordinaria fotografía que tomó del Moll de la Fusta en 1947, cuando tan solo tenía 16 años. Quizás sea esta la imagen que revela ya una característica del fotógrafo que trabaja y domina la luz. Pero además, hay que añadir que sus retratos tienen el duende que solo él sabe sacar a sus personajes. Sabe tratarlos, los seduce, los conquista y se apodera de ellos y al final lo deja plasmado en un lienzo que como toda magia surge de una lámina de papel en blanco.

Karin, el alma de Pomés

En su último libro 'No era pecado. Experiencias de una mirada' (Tusquets Editores), Pomés explica la anécdota de cómo conoció a su mujer, Karin LeizPomés había tirado una carta en la estafeta de correos de la calle Aragó esquina con paseo de Gràcia. De la dirección del destinatario no se acuerda pero sí de una mujer rubia extraordinaria, con piernas largas, Karin, que estaba entre varias personas esperando el tranvía. Leopoldo no se atrevió a decirle nada y Karin se subió al tranvía. Después de unos minutos de turbación, salió pitando a buscar su coche y perseguir a ese tranvía que llevaba un tesoro. Con el corazón palpitando a mil fue mirando todas las paradas por si se bajaba. Recorrió toda Major de Gràcia, después dejó atrás la plaza Lesseps y se adentró por Travessera de Dalt y ni rastro de esa extraordinaria mujer. Cuando ya sus esperanzas se tambaleaban la vio cruzar por la calle Verge de la Salut. Se dirigió a ella y Karin sonrió.

Ella ha sido su mujer, madre de sus hijos Poldo, Juliet, Ivan y Ciro, y socia de Estudio Pomés. Es más, ella fue la primera burbuja dorada y la modelo que da luz a la tortillería más famosa de Barcelona, Flash Flash.