Las devaluación del debate democrático

Enemigos o adversarios

Algo falla en nuestra cultura política cuando lo que más moviliza y se aplaude es el odio contra el otro

Ilustración de Trino

Ilustración de Trino / periodico

Anna Balletbò

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Se atribuye a Winston Churchill la frase "nuestros adversarios están enfrente, nuestros enemigos, detrás ", como respuesta a un joven neófito que aseguraba que los enemigos de su partido se encontraban en la bancada de enfrente del Parlamento británico, donde se sientan los laboristas y los 'whigs', forma despectiva con que se referían a los ‘covenanters’ presbiterianos, mientras que atrás estaban los jóvenes con menos experiencia y mucha ambición, como el joven que interpelaba a Churchill, objeto de la implacable respuesta.

Recordaba Manuel Vicent recientemente que la transición fue posible porque los políticos de la época convinimos implícitamente en llamar a los enemigos adversarios y tratarlos como tal, es decir ser capaces de hacer política diaria, debatir, defender, discutir de todo sin que por ello tuviéramos que expatriar las relaciones personales o dejar de poder tomar un café juntos. Su opinión se corresponde con los hechos. Vicent cree que el adversario volvió a ser enemigo en la segunda legislatura de Aznar, cuando el Partido Popular ya no necesitaba los votos de Convergència i Unió ni el llamado pacto de S’Agaró-Majestic para gobernar porque Aznar obtuvo mayoría absoluta. No estoy segura de que la apreciación de Vicent sea plenamente correcta y a menudo evoco a Jesús Gil, sus bravuconadas, palabrotas e incluso insultos, como el inicio de un populismo feroz que marco un cambio de época. En cualquier caso uno y otro complementan un proceso de retroceso-recuperación de odio al adversario para convertirlo de nuevo en enemigo.

Socavar la democracia

En política la discrepancia y el conflicto son consustanciales porque en democracia los parlamentos y la vida interna de los partidos políticos son el espacio donde la política se enfrenta al conflicto. Procesarlo de manera adecuada fortalece las instituciones y mejora la calidad democrática. Dicho eso parecería que las posiciones radicales e inamovibles o la política tribal y caníbal deberían tener poco futuro en democracia porque el todo o nada es el camino de cerrar el debate para situarlo en los extremos y fulmina el espacio intermedio donde los acuerdos son posibles. Así lo creo, si bien en el presente esta forma de no hacer política ha renacido con los populismos que utilizan el sistema democrático para instalarse y, una vez posicionados, socavar la democracia polarizando posiciones para evitar el acuerdo y poderse perpetuar en el conflicto. En la práctica se trata de convertir el interés general en un campo de minas intransitable, secuestrando el espacio institucional, la política y la sociedad con una lógica destructiva del adversario que se reduce simplemente a enemigo a batir. Ahí estamos hoy. El politólogo Jan-Warmer Müller sostiene que los populistas necesitan enemigos y la democracia requiere oposición y que el núcleo sustancial se centra en la manera de entender la confrontación, al aceptar o no la legitimidad del adversario. Afortunadamente los recientes resultados electorales, previo pactos, marcan un camino distinto impulsados por unos votantes fatigados del conflicto inútil alimentado de forma populista e incluso antidemocrática por algunos partidos y medios de comunicación dispuestos a contradecir la realidad hasta la negación plena.

No sería cierto asegurar que eso solo sucede en España, pero sí parece que en otros países con democracias más asentadas hay determinados límites no escritos que no se traspasan. Algo falla en nuestra cultura política cuando lo que más moviliza y se aplaude es el odio contra el otro, sin otro argumento que el delirio de la destrucción final del enemigo. Pero la destrucción del enemigo nunca será completa, los rivales políticos no desaparecen como en un videojuego, por el contrario en algunos casos su resistencia defensiva suele convertirse en una poderosa resiliencia. Ese creciente fenómeno tiene mucho que ver con un cambio de patrón de consumo político. El tradicional voto fiel y ritmo lento está siendo desplazado por 'fast voters' de ritmo trepidante y volátil que a menudo deciden el mismo día de la votación abducidos por sentimientos arrolladores.

Quienes comparten el principio de respetar al adversario saben que las verdaderas batallas son más importantes que las cruentas escaramuzas. Son los temas de país estratégicos de larga duración y profundidad que no se logran si no hay debate, consenso y pacto. El reconocimiento del otro es la única arma de que disponemos frente la barbarie. Recuperemos a los adversarios.

Periodista.