A pie de calle

¿Renta básica universal o renta garantizada?

Hay que afrontar este debate releyendo las posibilidades de promoción social desde otros espacios que no pasen necesariamente por la ocupación, sino que permitan otras modalidades de inserción social y comunitaria

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Sonia Fuertes

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Los debates en torno a la garantía de ingresos han ganado presencia en los últimos tiempos. Una buena noticia, sin duda, que quizá nos permitirá cuestionar la actual redistribución de la riqueza, o incluso reivindicar la dignidad humana estableciendo las condiciones necesarias para desarrollar un proyecto vital. Es evidente que debemos hablar de ingresos para acercarnos a un escenario de justicia y no de caridad.

En el marco de este debate destacan dos propuestas que parecen emparentadas pero que, en realidad, no guardan tanta relación entre sí: renta básica universal y renta garantizada. La primera es un ingreso universal que se concibe como derecho de ciudadanía y se percibe por el hecho de existir, sin distinciones. No comporta contraprestación alguna ni está condicionada. Es, como se afirma desde la Red Renta Básica, una herramienta de empoderamiento vertebrada en torno a la idea de libertad. Nos ubica, por tanto, ante un modelo de sociedad radicalmente diferente; entre otras razones porque desvincular los ingresos de la ocupación es revolucionario y comporta repensar nuestra identidad y nuestra participación en la vida comunitaria. Redibuja los escenarios de poder otorgando autonomía y capacidad de decisión a las personas y puede contribuir a la lucha contra la pobreza desde un paradigma más transformador, menos asistencialista.

En cuanto a la renta garantizada, se trata de un subsidio condicionado con criterios aparentemente más flexibles que las llamadas rentas mínimas de inserción. En Catalunya se aprobó hace casi dos años. No es universal e incluye un tramo no condicionado (garantizado) y otro vinculado a un plan de trabajo (complemento de inserción). 

Transformar el modelo social

Más allá de su proceso de implementación, francamente mejorable, el avance hacia una renta garantizada se celebró como un gran hito logrado en el marco de las políticas sociales. Y lo fue. Por su carácter de derecho subjetivo, no vinculado a disponibilidad presupuestaria, que ponía en el centro la necesidad de ofrecer posibilidades reales a las personas en situación de vulnerabilidad económica mediante un ingreso estable.

Ahora bien, desde la acción social tenemos que ir más allá y preguntarnos si esta aproximación contribuye efectivamente a transformar nuestro modelo social; si impulsa nuestras actuaciones hacia un paradigma menos fiscalizador y más posibilista. Y por muchas razones hemos de decir que es claramente insuficiente. En primer lugar porque no consigue romper con los circuitos de control, los efectos generadores de identidad y estigma alrededor

de la prestación, y la circulación por espacios paralelos. Circuitos que sufren sobre todo los “usuarios”, pero que generan también efectos negativos en el colectivo de profesionales, que afortunadamente mantiene otras expectativas sobre su función social.

Es, por tanto, el momento de afrontar este debate releyendo las posibilidades de promoción social desde otros espacios que no pasen necesariamente por la ocupación, sino que permitan otras modalidades de inserción social y comunitaria. Al final, recuerden a Daniel Blake: “Soy un ciudadano, ni más ni menos”.