Análisis

Cumbre del G-7, camino hacia la irrelevancia

Nada apunta a que se vaya a lograr ningún avance, dado que las posiciones entre Estados Unidos y el resto de los participantes son cada vez más dispares

Control policial de vehículos en la frontera franco-española en Hendaya, con motivo de la cumbre del G-7 en Biarritz.

Control policial de vehículos en la frontera franco-española en Hendaya, con motivo de la cumbre del G-7 en Biarritz. / periodico

Jesús A. Núñez Villaverde

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Hubo un tiempo en el que la voz del G-7, aunque sea informal y solo incluya a siete países industrializados occidentales, tenía la capacidad para marcar la agenda mundial. Hoy, sobre todo tras la creación del G-20 (2008), su influencia ha mermado considerablemente, y si todavía recaba alguna atención mediática es menos por los resultados de sus cumbres anuales que por la fuerza que aún conservan las maquinarias de comunicación/propaganda de sus participantes. A la espera de que algún gesto melodramático de alguno de los convocados acapare los focos, la cumbre que hoy se inicia en Biarritz no parece que vaya a modificar su declinante rumbo.

De hecho, el eco que hasta ahora ha creado la convocatoria tiene mucho más que ver con las formas que con el contenido. De la mano del anfitrión, Emmanuel Macron, las prioridades del encuentro se centran en alcanzar acuerdos para reducir las insoportables brechas de desigualdad que definen nuestro mundo (incluyendo la digital), conscientes de su potencial desestabilizador, y para responder a la amenaza existencial de la crisis climática. Sin embargo, nada apunta a que finalmente se vaya a lograr ningún avance en esos asuntos, dado que las posiciones entre Estados Unidos y el resto de los participantes son cada vez más dispares, con visiones divergentes tanto en el capítulo global (prioridad absoluta de los intereses nacionales o marco internacional definido por reglas) como en el comercial (proteccionismo o multilateralismo) y en el medioambiental (negación del cambio climático o cumplimiento del Acuerdo de París). De ahí que lo más probable es que, por primera vez, no haya ni siquiera un comunicado final o que, si lo hay, sea aún más plúmbeo que de costumbre.

A la espera de confirmarlo lo que nos ocupa de momento es el cada vez más desproporcionado montaje de seguridad en torno a la reunión, blindando Biarritz no solo contra terroristas y la contracumbre sino contra las posibles acciones de los 'chalecos amarillos'. A eso se une el repaso a la crítica situación en la que se hallan algunos de los participantes, con Italia políticamente paralizada, Alemania prácticamente en recesión, Reino Unido bordeando el precipicio del 'brexit' y la propia Francia sin fuerza para asumir el liderazgo de la Unión. Si a todo eso se le suma el permanente esperpento de Donald Trump, que será el próximo anfitrión y que ha empleado las dos últimas cumbres para anunciar la salida del Acuerdo de París y para insultar al primer ministro canadiense, solo queda tratar de adivinar qué nuevo exabrupto añadirá a su larga lista.

Entretanto, y sin menospreciar a ninguno de los otros países invitados (entre los que figura España), cabe preguntarse qué llegará antes, si una invitación a Rusia (expulsada en el 2014 por su acción en Crimea) -lo que supondría otro clavo en el ataúd de la ley internacional que condena toda ocupación por la fuerza de un territorio soberano- o a Apple, Facebook o Amazon, tanto o más poderosos que algunos de los participantes.