Convivencia

'Gran patino'

Son vehículos a motor, y no deberían equipararse a las sillas de ruedas o los cochecitos de niño

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Mar Calpena

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Padre, me acuso. He pecado. Lo vi subiendo por mi calle, en dirección contraria a mí. Iba a una fuerte velocidad, y su paso casi hace que me caiga rendida. Y entonces me sobrevino la imagen: un ligero empujón y el energúmeno del patinete eléctrico rodaría por el suelo. Aunque no cedí delante de mi impulso -líbreme Dios de convertirme la justiciera del civismo- no era la primera vez que me encontraba en esa tesitura.

La movilidad urbana se ha convertido en un deporte de alto riesgo para los peatones. Cuando aún el encaje de bicicletas y personas chirría en algunos puntos, los vehículos de movilidad personal vienen a complicarla aún más. Barcelona, como la mayoría de grandes urbes occidentales, ha aprobado una normativa que los obliga a circular por los carriles bici, pero que ofrece margen a la trampa (con, por ejemplo, la norma de permitirlos circular en aceras de más de tres metros, extremo que requeriría de un ejército de agrimensores y guardias urbanos para controlar). Los modelos de ordenación de otras ciudades no siempre pueden aplicarse en una ciudad densa y con cuestas como es Barcelona, y, requerirían una reformulación profunda de la movilidad urbana.

La falacia de que un vehículo a motor -tan grande como un camión o tan pequeño como un patinete- con un solo ocupante es una alternativa real al transporte colectivo o a los desplazamientos a pie o en bicicleta, tanto en términos de contaminación como en los de descongestión de las calles no es más que eso: una falacia. Un estudio de la Universidad de Carolina del Norte afirmaba recientemente que las emisiones de estos vehículos estaban en realidad por encima de la media, y, desde luego, por encima de las de un autobús lleno, si las contamos en función de los pasajeros transportados.

Pero el abordaje de cualquier regulación de los patinetes, igual que el del resto de vehículos que atraviesan nuestras calles, debe enmarcarse en el debate del modelo de ciudad y de sociedad que queremos, y obliga a hacer transformaciones más profundas que el cierre de unas cuantas calles como 'superilles'. Pasa por una drástica desincentivazión de la industria automovilística, algo difícil no ya sólo por su peso en la economía -aporta más del 10% del PIB nacional- sino por la insuficiente y a veces poco moderna red de transporte urbano y suburbano.

La DGT, en su normativa sobre vehículos de movilidad personal, considera que los patinetes ocupan un lugar híbrido entre los de motor y los peatones, pero aún asumiendo ese razonamiento, los patinetes, que en algunos casos alcanzan los 65 kilómetros por hora, no deberían nunca poder asimilarse a otros vehículos, como sillas de ruedas o cochecitos de niños, que comparten lícitamente la acera con los peatones, unos peatones, por cierto, cada vez más envejecidos. Y no solo porque sean contaminantes o porque sean peligrosos. Sino porque un día, quizás no muy lejano, y no muy lejos de aquí, puede que alguna periodista, por otra parte inofensiva, saque de paseo a su Harry el Sucio interior.