Opinión | Editorial

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Diálogo y cordura para Catalunya

El camino hacia la normalidad solo puede ser alcanzado desde el realismo, el respeto, el concierto y la legalidad

Oriol Junqueras, en el Congreso, el pasado 20 de mayo, cuando fue a recoger su acta de diputado.

Oriol Junqueras, en el Congreso, el pasado 20 de mayo, cuando fue a recoger su acta de diputado. / periodico

Confrontación o diálogo, choque o nuevas elecciones, la política catalana está lejos de la estabilidad y la unidad. En el horizonte más próximo se vislumbra la sentencia del 1-O. Aunque el independentismo clama por la inocencia de los presos y, por tanto, por su absolución, inevitablemente contempla la posibilidad de una condena. Ante ella, cabe diseñar la estrategia de respuesta, y tampoco aquí hay opiniones coincidentes. Algo comprensible ante una situación de elevada tensión y de intereses personales y partidistas tan dispares.

La apuesta de Carles Puigdemont parece clara y pasa por la Crida, entidad registrada como partido que fundó de la mano de Jordi Sànchez con la voluntad de aglutinar al independentismo. El éxito no le ha acompañado hasta ahora y su opción por la vía de la confrontación ofrece al PDECat la posibilidad de consumar el divorcio político con el expresidente. El partido posconvergente se halla en pleno debate interno. Buena parte de la dirección vería con buenos ojos un viraje hacia la moderación, consciente de que es un terreno que está siendo abonado por ERC con buenos resultados.

Desde la cárcel de Lledoners, Oriol Junqueras marca distancias con Puigdemont y no descarta una convocatoria electoral después de la sentencia. Es especialmente relevante su llamada a apelar a la mayoría del 80%. Su apuesta por el diálogo es clara. También Joan Tardà se ha expresado en los mismos términos. Su propuesta es dar voz a los ciudadanos y, si las urnas lo ratifican, formar un gobierno de amplia base ideológica que tienda la mano al socialismo catalán. No hay ninguna renuncia a sus principios independentistas, pero sí, al menos aparentemente, la voluntad de construir una solución negociada con el Estado.

Sería pecar de ingenuidad creer que la crisis política catalana puede tener una solución rápida y sencilla. Son muchos los daños sufridos, son demasiados los ciudadanos que se han sentido violentados desde sus dispares opciones ideológicas. Todas deben tener cabida, todas deben ser respetadas. En una democracia, la defensa de una determinada opción política solo cabe dentro del Estado de derecho, nunca en su contra. La negación de este principio ha creado situaciones quiméricas, falsos espejismos que deben ser superados. El camino hacia la normalidad solo puede ser alcanzado desde el realismo, el respeto, la cordura y, por supuesto, el diálogo y la legalidad.