TRIBUNA

¿Quién tiene miedo de Esquerra?

Si las urnas lo ratifican, Catalunya debería dotarse de un Govern que incluyese a todos los partidarios de un referéndum

Concentración ante la prisión de Lledoners

Concentración ante la prisión de Lledoners / MARC VILA

Joan Tardà

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Recibo carta de Raül Romeva. Me escribe: "Estamos en una carrera de fondo, Joan, y debemos tener mentalidad resiliente y constructiva, pero también empática e inclusiva porque no nos mueve ninguna ansia de victoria contra nadie, sino el deseo de construir coletivamente un futuro para todos en forma de República justa, ética, inclusiva y solidaria". Amén, sí, porque en estas palabras radica el núcleo del republicanismo que está llegando desacomplejadamente y con fuerza. Tanta como para que provoque fuego amigo (doloroso, hay que reconocerlo) y, al mismo tiempo, paralice aún más a quien cree insensatamente que desde el inmovilismo atrincherado en la Constitución, en el monopolio y en el uso de la violencia ("Nunca permitiremos un referéndum","si es necesario... otro 155", Sánchez dixit), la cuestión catalana se irá diluyendo.

El republicanismo que viene no se siente ni derrotado ni frustrado, a pesar del sufrimiento que supone la cárcel, el exilio y la judicialización de decenas de personas. El republicanismo que llama a la puerta de la gobernación del país ha dejado atrás el reduccionismo del "ganar o perder" y se deja guiar exclusivamente por la dialéctica del "ganar o aprender".

De hecho, desde el 21-D del 2017, en el que los votantes frustraron la voluntad del Estado de que no hubiera una mayoría independentista, con paso firme se ha bajado el balón al suelo y se ha dejado el juego aéreo para los funambulistas. Porque tan cierto es que nunca el independentismo había tenido tanto apoyo ni nunca había llegado tan lejos, como que el 1-O no fue el día de la victoria final. Dicho de otro modo, el independentismo había ganado, pero no lo suficiente.

Daño colectivo

Pero como el dinosaurio de Monterroso, "el tema catalán", como dicen las televisiones, permanece y se hará más presente todavía. Y sin una resolución de la cuestión catalana, el sistema español de libertades se irá deteriorando al sustituir el consentimiento de la ciudadanía por la represión y la no negociación. Y todos los ciudadanos del Estado resultan damnificados. La falta de excelencia democrática impide al Reino de España encarar con éxito otros retos de alcance global que condicionan el presente del sistema social, económico y medioambiental de nuestras sociedades en este primer tercio de siglo XXI.

De lo contrario, la no absolución hará nacer una nueva demanda cívica y democrática en el escenario post-sentencia del TS y ofrecerá a Pedro Sánchez, aún instalado en la no asunción de la imprescindibilidad de establecer un marco de negociación bilateral, otro ejemplo de la inutilidad de la vía judicializadora y represiva. Efectivamente, al día siguiente de la sentencia irrumpirá la campaña por la amnistía, bien instalada en el imaginario del catalanismo tanto por lo que significó en las elecciones de febrero de 1936 como en el eje vertebrador de la antifranquista Assemblea de Catalunya desde 1971. El combate de la amnistía prevé inmediatos debates legislativos en el Parlament y el Congreso, en los ayuntamientos, en las entidades (¿cuánto tardará en pedirla el FC Barcelona?) y en la calle. Y formará parte troncal de los debates electorales.

Objetivos claros

Ante la pesada y a veces desesperante incomprensión del Estado, la mejor medicina son las palabras de Raül. Y la claridad en los objetivos, a pesar de tener que pagar prendas. Digámoslo, pues, sin rodeos: el 'procés' no sería posible sin el protagonismo de la ciudadanía en forma de movilización, en forma de apoyo electoral y no renegando nunca de la desobediencia civil como último recurso frente a la intolerancia. Tan cierto como que ahora hay que perseverar en culminar el objetivo de integrar en la solución a la inmensa mayoría de ciudadanos que comparten el anhelo de hacer realidad una salida democrática. Es lo que me expresa tan bien un vecino que nunca ha votado a Esquerra, cuando me dice: "Esto hay que arreglarlo".

Impidamos, pues, que los bloques se neutralicen (el pacto en la Diputación de Barcelona es un mal síntoma), que se dé voz a la ciudadanía de inmediato y, si las urnas lo ratifican, Catalunya se dote de un Govern que incluya a todos los partidarios de la convocatoria de un referéndum, de amplia base ideológica, que encare el ahogo económico y social, que metabolice los daños políticos y emocionales del 155, tendiendo en el Parlament la mano del diálogo al socialismo catalán, la pata del catalanismo ajena, hoy, a esta solución, para construirla negociando con el Estado.

Y con la mirada fijada a la vez en nuestros compatriotas que legítimamente están aún más alejados que el PSC. Porque nuestra legitimidad independentista se fundamenta democráticamente en el respeto a las opciones distintas.