El drama del 'Open Arms'

Esperando a los bárbaros

Salvini ha hecho de su cargo una fortaleza contra los inmigrantes, sabe que gana votos extendiendo el temor

Menores no acompañados desembarcan en el puerto de Lampedusa procedentes del 'Open Arms'.

Menores no acompañados desembarcan en el puerto de Lampedusa procedentes del 'Open Arms'. / periodico

Rafael Vilasanjuan

Rafael Vilasanjuan

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Si no desplegamos el mapa se hace difícil entender que un barco frente a la isla italiana de Lampedusa rechazara la oferta del Gobierno español de atracar en Algeciras, o que acabe en Palma o Maó. Por más que se acorte el viaje, basta mirar el mapa para ver que la travesía hasta un puerto español será de casi una semana más. La odisea de 'Open Arms' continúa sin que podamos intuir una sola razón por la que un barco que se limita a rescatar personas que de otra manera morirían ahogadas siga esperando un puerto seguro donde desembarcar, mientras se dibuja en el horizonte el perfil de una isla donde poder recalar ¿Dónde está la fuerza de la Unión Europea, si uno de sus países ofrece un puerto seguro y otro no deja siquiera que hagan escala, se  recompongan, y viajen con unas mínimas garantías?

De momento busquemos la solución en el balance necesario entre la ley y la respuesta humana a quienes se encuentran en una situación crítica. Pidamos a nuestros gobiernos que den salida a los que están en el barco. Pero hay una ecuación no resuelta, un dilema al que todavía no hemos querido dar respuesta: ¿sería esta Europa posible si no fuera por los beneficios de la colonización, de los que todavía hoy obtenemos rendimiento y de los que muchos de los que vienen son víctimas? Y otra cuestión aún más próxima: ¿sería posible esta Europa sin el valor decisivo de los inmigrantes, incluyendo los que no han tenido más opción que entrar ilegalmente? Claro que no podemos abrir de par en par, pero obviar el debate de fondo no ayuda. La UE debería sentarse a establecer cuántos pueden entrar y cómo. Sería un primer paso para detener los beneficios del tráfico humano. Pero mientas eso no ocurra debemos tener claro que atender a los que lo intentan y rescatarlos cuando pueden perder sus vidas es una obligación moral y de paso también cristiana, algo tan identitario del continente.  

Lo que está ocurriendo sin embrago es lo contrario. En una Europa desquiciada por el racismo y el temor a los inmigrantes podríamos tomar la parábola del 'apartheid' sudafricano, que tan bien describió John M. Coetzee en la novela 'Esperando a los bárbaros', como una denuncia de la brutalidad y la arrogancia del poder. Basta contemplar a un ministro del Interior como el italiano Salvini, que ha hecho de su cargo una fortaleza contra los inmigrantes. No tiene nada más que ofrecer, pero sabe que extendiendo el temor gana votos y se ha lanzado a una campaña heroica por la que propone salvar a Italia de la amenaza bárbara construyendo vallas y enviando policías a la frontera. Él, como Trump en EEUU, han contagiado la idea de que los inmigrantes son una amenaza contra nuestra integridad, cuando en verdad como el magistrado de la novela de Coetzee recuerda, los inmigrantes siempre han llegado y nunca han sido un peligro. Pero son el discurso fácil, un relato que cala y germina entre la ignorancia y el miedo. Son los nuevos bárbaros, nada que ver con nosotros ¿Que más da si mueren ahogados?