CON INTERÉS

Peaje en las autovías: desnudar un santo para vestir otro

El "pago simbólico" de las autovías merece un debate amplio, no una decisión unilateral

undefined31799211 madrid 12 11 2015    10 45 sociedad restricciones de velocid180819102016

undefined31799211 madrid 12 11 2015 10 45 sociedad restricciones de velocid180819102016 / .31799211

Josep M. Berengueras

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En este país parece que seamos expertos en, cuando hay un problema, ponerle un parche, mediosolucionarlo y, de paso, estropear algo que funciona. Los ejemplos son numerosos, y el más reciente es esa especie de globo sonda enviado por el ministro de Fomento en funciones, José Luis Ábalos, de introducir un «pago simbólico» por el uso de las autovías. «Las autovías son las únicas infraestructuras de transporte que no están sometidas a un pago por uso», afirmó. Sí, puede tener razón. Pero seguro que hay otras opciones.

Para empezar, es una cuestión de lenguaje. Ese «pago simbólico» no es más que un sinónimo de «acabar con la gratuidad» de las autovías. Suena peor, ¿verdad? Ya se sabe, son los clásicos daños colaterales de toda guerra: no suena tan mal, pero todo el mundo sabe lo que implica. 

Si por algo son conocidas las autovías en España es precisamente por ser sinónimo de gratuidad. De acabarse, no solo se sentaría un peligroso precedente, sino que millones de ciudadanos verían cómo la opción que elegían para desplazarse, precisamente, por ser gratuita, se esfuma. Mal mensaje, además, en un contexto de posibles elecciones en breve.

Otro tema es el cuánto. Ese «pago simbólico» no está cifrado oficialmente, pero se habla de alrededor del 10% del coste los peajes de las autopistas de pago. Seopan, la patronal de las concesionarias, había propuesto en el pasado una tarifa de 3 céntimos por kilómetro. Imaginemos que, para trayectos relativamente cortos, serían 20, 30, 40 céntimos... Parece poco, sí, es un coste asumible. Pero no lo es por su trasfondo, y porque el gran problema, sería para los usuarios recurrentes, esos que se desplazan por estas vías por ejemplo para ir al trabajo, precisamente evitando las autopistas de pago. 

Además, hay que recordar que se habla de las autovías, pero que la fórmula sería probablemente aplicada también a las autopistas de pago que acaban concesión. La promesa de antaño, esa imagen ideal de, por fin, pasar sin pagar por las autopistas que tantos cargos de peaje han cursado durante décadas a los ciudadanos, podría convertirse en un «es menos cara, pero sigue pagando».

El problema

Tampoco hay que esconder que el problema de fondo es la financiación de la red de vías de alta capacidad, que supone un gasto de unos 1.100 millones de euros y que, efectivamente, se necesita cubrir de alguna forma. El problema es cuál es la fórmula correcta. ¿Esa fórmula tiene que ser que paguen todos?

Otra duda que surge de esta iniciativa debería ser introducida al debate. ¿A qué se dedicaría el monto recaudado? Como siempre, si el resultado son carreteras impolutas, amplias, seguras y sin atascos, sería más fácil que la opinión pública aceptase la medida.

El fin de la gratuidad de las autovías está sobre la mesa. Esperemos que se debata sobre la cuestión con todas las partes, que se busque la mejor fórmula, que se explique bien y que se haga un plan de futuro –y que luego se cumpla–. No que se opte ir por el carril de la izquierda, con exceso de velocidad, y que en vez de solucionar un problema, se estropee lo que ya funciona.