Duelo digital

Cuando un contacto se muere

Me llega la noticia de la muerte del amigo. Ahí está su WhatsApp, una foto cargada de vida en su perfil, nuestros diálogos sinceros, sus notas de voz grabadas y el último doble clic azul

Un usuario de Whatsapp.

Un usuario de Whatsapp.

Sílvia Cóppulo

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A poco de morir mi madre, solía llamarla a su teléfono fijo. En balde esperaba oír su voz. Al segundo tono, colgaba enfadada, porque ya nunca más podría volverla a escuchar. El duelo duele. 

Me llega la noticia de la muerte del amigo. Repentina. Ahí está su WhatsApp, una foto cargada de vida en su perfil, nuestros diálogos sinceros, sus notas de voz grabadas y el último doble clic azul. Espero un nuevo mensaje que no llega. “Ha sido un error; he vuelto a vivir. Y tú, ¿cómo estás? ¿Aún de vacaciones?”.

¿Acaso sería más saludable vaciar el chat y borrar su contacto? De inmediato me parece inhumano, como volverlo a morir. Vivía solo. ¿Quién heredará su número de móvil? Me da miedo que pronto un desconocido usurpe su perfil y manosee una amistad que le es ajena. Pasan los días y no avanzo. Incluso le he escrito. Sin suerte, claro. Hay momentos que quiero creer que se ha quedado sin batería o que no tiene cobertura. Pero ahí están todos nuestros mensajes, sus palabras de felicitación cuando las cosas me iban bien, o las de ánimo cuando me daba un bajón. Ya sé que han inventado un algoritmo capaz de convertirse en un avatar que, como un otro yo de mi amigo del alma, me dé los buenos días por 'wats' y me envíe el emoticono de los aplausos cuando quiera abreviar. Incluso sea capaz de escribir los mensajes que en el futuro yo pudiera desear.

Me digo que no quiero caer en esa innovadora trampa mortal. Pero es que la cotidianidad de las nuevas tecnologías no nos facilita transitar por ese deambular en que negamos la muerte, que nos enoja después, que creemos negociar con ella y que nos sume en una tristeza profunda hasta que llega  la aceptación. Así es que te prometo releer nuestros mensajes solo un día a la semana y no volver a escribirte. Cuando pensarte ya no me duela y el recuerdo de las horas compartidas me hagan sonreír, sabré a ciencia cierta que no necesito mantenerte en ninguna agenda exterior de contactos; porque ya vivirás en mi interior. Solo te pido un poco de tiempo.