MIRADOR

Fulgor y quiebra de la Crida

Lo único que se ha cumplido son los miedos recogidos en la ponencia política escrita por Jordi Sànchez

Carles Puigdemont recibe el aplauso de los asistentes al congreso de la Crida tras su discurso en la clausura del congreso constituyente.

Carles Puigdemont recibe el aplauso de los asistentes al congreso de la Crida tras su discurso en la clausura del congreso constituyente. / JORDI COTRINA

Jordi Mercader

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La Crida Nacional per la República ha cumplido dos años y hasta Carles Puigdemont tendrá consciencia de que su movimiento político está en quiebra. El fulgor del manifiesto fundacional duró poco. Los 60.000 adheridos iniciales se quedaron en 10.000 en el congreso celebrado seis meses después en Manresa y, ahora mismo, aquella organización que debía ser modelo de radicalidad democrática, transversalidad ideológica y transparencia interna, en la que militarían a título individual todos los independentistas que creyeran que la república catalana está decidida (el 1-O), ratificada (el 27-O por el Parlament) y validada (el 21-D), languidece. ERC despachó la aspiración cesarista de Puigdemont con una sola frase: estamos a favor de que el centroderecha independentista se organice con mucha gente exconvergente y algún comunista. Los dirigentes del proyecto hicieron el resto.

La intencionalidad de la operación era cristalina. El manifiesto apareció a pocos días de la defenestración de Marta Pascal por parte de los partidarios de Puigdemont en el PDECat; todo parecía indicar que la renovación de CDC impuesta por el 3% quedaría engullida por el resplandor de la Crida. Pero no. La Crida ha perdido el tiempo a partir de un discurso confuso y una estructura de dibujo poco eficiente: el presidente-impulsor en Bruselas, el presidente operativo encarcelado sin piedad y el secretario general deambulando sin peso político de aquí para allá.

Lo único que se ha cumplido escrupulosamente son los miedos recogidos en la ponencia política escrita por Jordi Sànchez: ni unidad, ni confluencias electorales, ni pactos para ganar Barcelona, incluso se ha materializado la temida banalización de la desobediencia, protagonizada por el mismísimo 'president' Torra y su juego de pancartas.

El gran beneficiado de esta quiebra podría ser Artur Mas y, de rebote, el PDECat con su marca electoral JxCat. El mérito de tal coincidencia corresponde al general Patton, o sea, a David Madí, quien sabe cómo se gana tiempo en beneficio de un plan (él siempre tiene uno); todo le vino rodado, pues Puigdemont le delegó la organización de la Crida, mano a mano con Sànchez, lo que les permitió revivir su colaboración en la otra Crida, la de Solidaritat, de los años ochenta.

La mitad del gobierno de la dirección poolítica de la Crida quedó formado por cargos institucionales, que debían ejecutar la estrategia fijada por la asamblea bajo control del consejo de representantes, un órgano de 204 miembros con aspiraciones de parlamento. Así se explica que la nueva fórmula de organización política no alcanzara nunca velocidad de crucero, algo similar a lo ocurrido con el Consell de la República.

El único aliado objetivo de la Crida es la ANC. La entidad, fiel a su desconfianza fundacional respecto de los partidos clásicos, puede desgastar a ERC y PDECat a los ojos de los independentistas más ortodoxos. Sin embargo, el retorno de Mas, de producirse, no pasa por dicha ortodoxia, sino todo lo contrario, por debilitarla.