A pie de calle

Tomar la calle parece estar de moda

Las manifestaciones mueven a la opinión, se recogen en los medios y así se impacta de una u otra manera. Pero lo revolucionario de los cuerpos no es que muevan el debate, sino que son la materialidad del debate en sí mismos

La manifestación de estudiantes el 8M en Barcelona, a su paso por Via Laietana

La manifestación de estudiantes el 8M en Barcelona, a su paso por Via Laietana / periodico

Mariela Iglesias y Paco González

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El verano funciona como bisagra y se convierte en un momento de hacer balance. Fue un año político en toda regla. Elecciones aquí y allá, disputas por gobiernos, debates. Pero esa no es toda la política. En estos últimos meses la gente ha tomado las calles para pulsar la realidad y torcer el destino activando la dimensión más interesante y transformadora del espacio público, la política.

Hace poco, en el arcoíris del 28 de junio que celebra el orgullo LGTBI se cumplían 50 años de la rebelión de Stonewall en Nueva York, el comienzo de una lucha por conquistas civiles y simbólicas. Y así trans, bisexuales, lesbianas, gays, queers, intersexuales, asexuales, no-binarios y más recuerdan que aún a diario reclaman y ejercen en las calles el derecho a la diversidad de la vida.

Ante la necesidad de seguir teniendo un planeta, cada viernes miles de jóvenes pararon sus clases y salieron a las calles siguiendo el ejemplo de una niña activista del norte de Europa. Esa juventud que carga con el estigma de la apatía y el individualismo, nos grita con esperanza que no hay más tiempo, que el mundo en el que vivirán depende de que ahora tomemos decisiones drásticas para salvar nuestro futuro, su futuro.

También el gran 8 de marzo8 de marzo, que se mezcla con el anterior y dibuja el camino del que vendrá. Nos trae a la memoria el ‘Ni una menos’ de otros años y otras latitudes, pero que continúa con ese espontáneo ‘Yo te creo’ que gritaba que éramos hermanas. Tan hermanas de aquí y de allá que los pañuelos verdes desde el sur de América recorrieron el mundo recordando que el cuerpo es nuestro. Que la libre decisión de cualquier mujer siempre debe estar respaldada por una política pública que, indistintamente del sector social, garantice un aborto libre y seguro para las que lo decidan.

En todas esas imágenes el cuerpo aparece omnipresente. El cuerpo que grita por su liberación, y gritando y siendo cuerpo individual sumado a otros, se vuelve cuerpo colectivo. Y todo sin perder la condición de fragilidad que lo hace real y poderoso a la vez. Cargado de presente, de resistencia y de transformación.

Visibilidad y fortaleza

Poner el cuerpo en la calle siempre tuvo algo de revolucionario, se dice. Es verdad que las manifestaciones mueven a la opinión, se recogen en los medios y así se impacta de una u otra manera. Pero lo revolucionario de los cuerpos no es que muevan el debate, sino que son la materialidad del debate en sí mismos. Dejamos los conceptos y recuperamos las vivencias, aparcamos el argumento y desplegamos los motivos. No es magia, es solo ocupar lugares que no tocaban, reservados para aquellos más legítimos.

Esa alteración, ese grito, esa fiesta, esos colores y emociones hacen del espacio público un lugar de coros subalternos. Donde lo más importante no es la visibilidad para los demás, sino la visibilidad y la fortaleza del encuentro de los que allí sí están. Y a veces en esos momentos, al tomar la calle, las vidas se politizan, la ciudad se hace cuerpos, la democracia se democratiza.

*Profesores del Máster de Ciudad y Urbanismo de la UOC