análisis

Europa en entredicho

Vista del hemiciclo del Parlamento Europeo durante la jornada electoral el pasado 26 de mayo.

Vista del hemiciclo del Parlamento Europeo durante la jornada electoral el pasado 26 de mayo. / periodico

Guillem López Casasnovas

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Son muchos y diversos los economistas y politólogos que están preocupados por la deriva europea. La revista ‘Idees’ del CETC de la Generalitat de Catalunya acaba de publicar un monográfico, ‘El futur del Projecte Europeu’, y Thomas Piketty, con un conjunto de economistas franceses, acaba de sacar un segundo manifiesto sobre la necesidad de cambiar Europa (‘Changer la Europe, c’este posible’, Ed. Points, 2019). A la vez, Vox-EU, el blog de política económica del CPER hace tiempo que dedica entradas y vincula libros electrónicos al futuro de Europa con propuestas detalladas.

Una lectura de estos trabajos muestra la falta de acuerdo sobre lo que se tiene que hacer con algo que ya de nacimiento arrastraba problemas que se ven ahora más con el crecimiento. Desde su creación se visualiza en la construcción europea el hecho de que Europa no tenga conflictos bélicos, tema de contrafactual difícil puesto que el pasado en la historia no es nunca un referente suficiente para validar el presente. Sabemos que los países han aceptado la unión económica y la redención aduanera a cambio de compensaciones, de transferencias, de políticas de cohesión, de forma que esto amorteciese las ganancias del libre comercio que, aunque generales, tenían que ser fuertemente asimétricos entre países. No se trata de lo que uno gana sino de cómo ganan los otros más que uno.

Cuando estas ideas están amortizadas y se incorporan a la normalidad, sobresalen los descosidos. La estética juega en contra de un Parlamento europeo que es un armatoste ante la opinión pública. Demasiado grande, cementerio a menudo de políticos nacionales con retribuciones que concuerdan poco con el trabajo que se sabrá que hacen sus señorías y con privilegios fiscales respecto de los ciudadanos representados. Se mantiene con una burocracia administrativa fuera de todo canon de ejemplaridad. Cuenta con unos representantes institucionales conjunos que, a pesar de suponer equilibrios nacionales, no siempre reflejan la ética del bien común (Juncker y Tajani han sido sus peores imágenes). Y todo esto, para unas competencias ejercidas no con suficiente transparencia desde el ‘demos’ europeo por encima del de los estados que la integran. Una especie de escalera de vecindario con poderes de veto, que lleva la semilla de la inacción, que a menudo fuerza discusiones fuera del Parlamento en los fines de semana hasta altas horas de la noche.

Consignar riesgos y responsabilidades fiscales para los estodos (sin reglas de rescate) sería la receta

Ante este estado de cosas, domina entre los analistas la posición de pedir paciencia, de recordar que una unión no se constituye ni siquiera durante un siglo. Para lo cual la referencia es la federación de los Estados Unidos, pero los tiempos son otros como para que alguien acepte este reclamo. La paciencia es difícil de pedir cuando las transferencias amortiguadoras ya abiertamente se cuestionan a la vista de las ganancias relativas en el crecimiento económico. Y del mantenimiento de estos errores con falta de acción surgen los populismos (las reacciones de los italianos o de los británicos son hijas de esta madre).

En general, cómo solventar desde la economía el objetivo democrático, la autodeterminación nacional y la globalización económica, el llamado trilema de Rodrik, se reconoce como imposible. Otros autores piden abiertamente sustituir las regulaciones europeas, hoy tan discutidas, por más poder financiero: cesión de impuestos y más transferencias desde los estados para muscular directamente el poder financiero conjunto, y no intentar hacerlo a través de condicionar con leyes y directrices nacionales las normas de cada estado, a menudo mal recibidas cuando se cumplen, que no es siempre el caso. Las propuestas teóricamente más factibles renuncian a los cambios en la arquitectura institucional y buscan ámbitos más polivalentes, como los de profundizar en la armonización fiscal o en la unión bancaria, desvinculando las entidades financieras nacionales de la deuda soberana de sus países. O incidir en la política económica a través de marcar objetivos globales de estoc (deuda), y renunciar a los de flujo, de déficit excesivo que enconan mucho las posiciones y visualiza mayormente lo poco que pesa Europa.

Menos corsés y más consignar riesgos y responsabilidades fiscales para los estados (sin reglas de rescate) sería la receta. Pero incluso en el caso de compartir estrategias, difieren las opiniones sobre si se tiene que actuar de forma imperativa y rápida o se tienen que dejar madurar las medidas. Pero el ‘mientras tanto’ que desde el proyecto Delors hasta la entrada de la moneda común ha jugado a favor, ahora parece claramente ir en contra. De aquí el nerviosismo de algunos economistas y politólogos no instalados en el statu quo de una Europa tanto acomodaticia a las situaciones creadas como angustiada por su futuro incierto.