Turismo en Barcelona
Salvemos 'guirilandia'
No se trata de cargar a ciegas contra un sector que genera el 10% del PIB, pero de alguna manera habrá que regular el pandemonio
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Lo más hermoso que me arrojan los guiris al patio de luces consiste en ceniza, colillas (de porro también) y montones de arena sacudida de las toallas cuando regresan de la playa, regalos estos que, de vez en cuando, me obligan a asomarme al hueco y practicar idiomas con los brazos en jarras, cual película neorrealista italiana. Eso, y las francachelas hasta las tantas en una finca con dos apartamentos turísticos incrustados. No hacen falta demasiadas estadísticas para apuntalar el hecho de que la ciudad adolece de sobresaturación; basta con curiosear los alquileres -los precios actúan como una centrifugadora hacia las periferias- u ojear la prensa extranjera. Hace bien poco, ‘The New York Times’ recomendaba visitar València en lugar de Barcelona, para obtener “una dosis menos frenética de encanto mediterráneo y cosmopolita”, y ‘The Guardian’ alertaba de la polución producida por los cruceros: 32,8 toneladas de óxido de azufre en 2017. El infierno, vamos.
Ni se trata de suscribir las tesis marcianas de Arran, que andan pinchando ruedas de coches alquilados en Palma, ni de cargar a ciegas contra un sector que genera el 10% del PIB, da trabajo directo a unas 90.000 personas y salvó los muebles en lo peor de la crisis del ladrillo. Barcelona es una ciudad megaturística, qué le vamos a hacer, pero de alguna manera habrá que regular el pandemonio. Y sé que me contradigo, puesto que también me he hecho selfis infames en otras ciudades y he volado en ‘low cost’, pero ciertas líneas rojas deberían ser infranqueables. ¿Leyeron el estupendo reportaje de Guillem Sánchez y Ricard Cugat? Felaciones céntricas a 20 euros. Por no hablar de los carteristas y de las borracheras a gogó. El despelote en el Port Olímpic clamaba al cielo desde hacía años.
En una ciudad pequeña, con un trasiego de 15,8 millones de turistas al año, no parece un mal planteamiento subir el impuesto turístico con el objetivo de invertir más en cultura y música, como propone Barcelona Global. ¿Qué dicen Ayuntamiento y Generalitat?
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