Restaurar el respeto por el diferente

¿Nosotros solos?

La tarea de la política, sobre todo en las sociedades complejas del siglo XXI, pasa por seguir construyendo el nos(otros), es decir, nosotros con los otros

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zentauroepp49359750 leonard beard190807190422 / LEONARD BEARD

Rafael Jorba

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Desgraciadamente, como escribí en vísperas del debate de investidura, se hizo realidad aquella constatación de Gaziel en tiempos de la República: “Nuestros políticos son como las cigarras en pleno verano. Arman un ruido espantoso, monótono y vacuo, sobre la modorra general del paisaje”. Es de esperar que aprovechen el paréntesis veraniego para afrontar en septiembre, con una actitud renovada, las asignaturas pendientes. Uno de los factores que acrecienta el ruido ambiental es que a menudo se confunde la sociedad de la comunicación con la sociedad de la interrupción: el último tuit nos distrae de la tarea que teníamos entre manos.

Desde el periodismo, la tregua vacacional permite que nos situemos 'au-dessus de la mêlée', según la expresión francesa, es decir, por encima de la refriega. Si así lo hacemos, nos percataremos de que la política está bajo mínimos. Algo parecido a lo que sucede en los aeropuertos cuando están en condiciones meteorológicas muy adversas sin que los aviones puedan despegar. Urge restaurar los intangibles previos, las condiciones de navegación, que son consustanciales al funcionamiento de una democracia.

Uno de estos intangibles prepolíticos, aplicable a las relaciones sociales e incluso a las interpersonales, es la cultura del respeto al otro, al que piensa diferente. La tarea de la política, sobre todo en las sociedades complejas del siglo XXI, pasa por seguir construyendo el nos(otros), es decir, nosotros con los otros. La expresión 'nosotros solos' es un oxímoron, una 'contradictio in terminis'. Dos filósofos podrían ilustrar a nuestros políticos, en sus lecturas veraniegas, sobre el valor de la alteridad, de la identidad del otro: Emmanuel Lévinas y Michel de Montaigne.

Lévinas, el filósofo de la alteridad, plantea la preservación del rostro del otro como premisa primera que se antepone al propio yo. El futuro, desde su perspectiva, son los otros, nosotros con los otros, en contraposición a la afirmación de Sartre en 'Huit clos' de que “el infierno son los otros”. Cuatro siglos antes, Montaigne nos alertaba en 'Des cannibales' sobre la tendencia a proyectar en el otro -el vecino, el extranjero, el inmigrante- nuestros propios miedos: “Podemos llamarles bárbaros, a la luz de las reglas de la razón, pero no respecto a nosotros mismos, que les superamos en toda suerte de barbarie”.

El respeto de las minorías

El lugar que ocupa la libertad del otro da la medida de la calidad de una democracia, de su pluralidad y del grado de respeto de las minorías, en sintonía con aquella máxima de Rosa Luxemburgo: “La libertad solo para los partidarios del Gobierno, solo para los miembros de un partido, por muy numerosos que sean, no es la libertad; la libertad es siempre la libertad del que piensa diferente”. El telón de fondo de los conflictos del siglo XXI -en Catalunya, en el conjunto de España y en toda Europa- es la negación del otro, del que piensa distinto, al que se convierte en chivo expiatorio de todos nuestros males.

Restaurar el lugar del otro, así en la sociedad como en la acción política, exige saber escuchar sus razones; también recuperar la duda razonada y razonable. No se trata de defender la tolerancia, en el sentido en que hoy la entendemos y practicamos, sino el respeto mutuo. A menudo toleramos a aquellas personas que consideramos inferiores; lo hacemos con la esperanza de que se rediman y se conviertan en clones de nosotros mismos. La única línea roja -cordón sanitario, se dice ahora- la marcan aquellas ideologías y aquellas praxis que rechazan la alteridad.

La tarea de construir este nosotros compartido es también una responsabilidad de todos los ciudadanos. Corresponde a la política hacer pedagogía de la diversidad: no existen identidades fijas, sino procesos de identificación de geometría variable, con los derechos y deberes como eje vertebrador. Explico a menudo que hay elementos que consideramos consustanciales a nuestra identidad, empezando por el terreno culinario, que tienen un origen foráneo. Este es el caso, por ejemplo, del tomate y la patata, que ahora son indisociables de la gastronomía catalana y española.

Vuelvo a la reflexión de partida: el 'nosotros solos' es un oxímoron. La política -la vieja y la nueva- solo saldrá de la situación bajo mínimos en que se encuentra si restaura la cultura del respeto y escucha las razones del otro, tanto en el plano ideológico como en el identitario. Se trata de un intangible previo para que la democracia deliberativa pueda levantar el vuelo y se abra la vía consensual: diálogo, negociación y pacto. Así en Madrid como en Barcelona.