Compra plástica

Súper

Al llegar a la caja, mi amiga de cada día me pregunta, como cada día, si quiero bolsas de plástico -a cinco céntimos la unidad- para verter en ellas todos los plásticos que protegen a mi compra

bolsas de plástico

bolsas de plástico / periodico

Joan Ollé

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Llego con mi lista escrita a mano al pequeño súper del barrio (antes, colmado) y me hago con un carrito de plástico que iré llenando de todo aquello que, según mi economía, me falta y apetezca. Del frío de la nevera entrando a mano derecha extraigo una bandejita de sushi, mozzarela y salmón y bacalao ahumados; en la estantería de enfrente

recojo pan inglés, cruasanes y magdalenas, y en la de más allá, patatas fritas mediterráneas y pasta italiana. Y gazpacho, mucho gazpacho: de almendras y sin pepino. Y salmorejo.

Al llegar al jardín frutal, peso unos cuantos melocotones, paraguayos y cerezas introduciendo en la balanza la contraseña de cada una de ellas para que la máquina me libre etiquetas adhesivas para pegar a cada bolsa. Me encuentro por el camino con salsas de eneldo y soja, para bailar con el sushi y el salmón. Y, ya en lo hidráulico, añado a mi botín una tónica para el gin (botín-gin: rima tontísima), un par de litros de Perrier (que pica menos que el Vichy) y media docena de botellines presuntamente antídotos contra el pérfido colesterol.

Material asequible

Al llegar a la caja, mi amiga de cada día me pregunta, como cada día, si quiero bolsas de plástico -a cinco céntimos la unidad- para verter en ellas todos los plásticos que protegen a mi sushi, mi mozzarela, mi salmón, mi bacalao, mi pan inglés, mis cruasanes, mis magdalenas, mis papas fritas, mi pasta italiana, mi gazpacho con almendras o sin pepino, mi salmorejo, mis melocotones, mis paraguayos, mis cerezas, mis salsas de eneldo y soja, mi agua para el gin-tónic, mi mineral agua francesa y mi farmacopea antigrasas animales. Y, como cada día, le digo que sí, que necesito un par o tres ya que no he podido pasar por casa a recoger el cesto de mimbre: que a favor del medio ambiente, lo que sea.

Y es entonces cuando, como cada día, mi amiga me solicita mi tarjeta de cliente para brindarme un pequeño descuento en la próxima compra, una tarjeta de plástico que, en su día, sus jefes me ofrecieron gratuitamente y encantados.