El significado de una frase

"Ho tornarem a fer"

Parece que se va entendiendo que es obligatorio respetar las leyes y a las minorías y entrar en la negociación política cotidiana

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zentauroepp49305460 leonard beard190802183130 / LEONARD BEARD

Jordi Nieva-Fenoll

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La frase de Jordi Cuixart resonó en la sala. Uno de los principales empeños del tribunal puede ser decidir cuál es la dosis de pena que requieren los acusados precisamente para que no lo vuelvan a hacer, aunque si los jueces piensan así sea ese un empeño bien estúpido, verdaderamente. Es preciso recordar una vez más que la pena en

nuestros días no debiera ser un castigo, sino una oportunidad para aprender a no delinquir. Pero justamente en el caso de los presos independentistas es aún más absurdo, ya que no hay “reeducación” posible para las ideas políticas, porque en un Estado democrático pretender algo así es simplemente inadmisibleEstado democrático.

Se dirá que no se pretende que dejen de ser independentistas, sino solamente que no vuelvan a hacer lo que hicieron. ¿Pero qué hicieron? Disfrazar la realidad sobre la factibilidad de la independencia, aprobar dos leyes absurdas sin seguir el procedimiento legalmente establecido, hurtando el debate parlamentario, promover la convocatoria de un referendum ilegal e inefectivo y la resistencia pasiva ante las fuerzas del orden, convocar actos pacíficos, aunque tensos, de protesta, forcejear verbalmente con el Gobierno de la nación, declarar la independencia y acto seguido irse a su casa o al extranjero. ¿Que se repita tal cúmulo de despropósitos es lo que se pretende evitar con una pena privativa de libertad?

Soberanía por vía pacífica

A algunos la frase de Cuixart les pareció inoportuna, y se quedaron meditando sobre si lo que pensaba volver a hacer era lo descrito en el párrafo anterior. Pero para los jueces del tribunal la frase debió de ser relevante. Para los convencidos de la teoría de la rebelión, fue quizá una confirmación de sus cuitas y un refuerzo de sus tesis. Para los

que rechazan esa lectura de los hechos la frase debió sonar amarga, porque les desautorizaba. Prefiero no elucubrar acerca de lo que pensaron o sintieron el resto de presos, o más bien sus abogados.

En todo caso, convendría centrar el relato de lo que realmente hicieron, e incluso de lo que pretendían hacer. Es posible que todos los acusados conserven en la memoria las imágenes de la guerra de Yugoslavia. Un país se desintegró en siete Estados soberanos. Una parte relevante de esas independencias costaron sangre. Los que las proclamaron estaban dispuestos a dar su vida, y los que las combatieron estaban dispuestos a quitársela. Al final, la vida la perdieron todos los bandos y quizás la mayoría aprendió, aun a regañadientes, que ninguna disputa territorial merece el ejercicio de la violencia. Desde luego, la mayoría de europeos así lo aprendieron aunque por una razón no exenta de una dosis de racismo. No se estaban matando en ningún país remoto ajeno a nuestra cultura, sino que vimos la sangre y los cadáveres de gente como nosotros.

Voluntad del pueblo

Los independentistas catalanes, al menos los acusados, no querían una guerra, y de hecho ni siquiera esperaban en el siglo XXI una respuesta violenta del Estado como la del 1-O, y tampoco la prisión. Creyeron que el Estado dejaría hacer en evitación de males mayores, y ante la evidencia de la “voluntad del pueblo” manifestada en constantes movilizaciones pacíficas masivas “voluntad del pueblo” y refrendada por los políticos con una declaración de independencia inefectiva, se avendría a negociar. Pero ocurrió todo lo contrario. No se desató una guerra ni hubo riesgo alguno de que algo así sucediera. No ha aparecido ni un solo indicio en el proceso al respecto. Sin embargo, en el Tribunal Supremo se están juzgando los hechos como si el riesgo de conflagración bélica hubiera existido. Y se ha llegado al ridículo empecinamiento de querer ver violencia insurreccional en salivazos y caras de odio. La historia no va a ser indiferente a la postura protagonizada por el ministerio fiscal y el magistrado instructor en este proceso.

En cualquier caso, ¿volverán a querer los independentistas la independencia? La pregunta es tan absurda como obvia es la respuesta, aunque les condenaran a cadena perpetua. Si realmente se desea que no lo vuelvan a hacer, la única conducta viable es persuadirles de que las independencias en el mundo no dependen de que uno las desee, sino que son el fruto de circunstancias geoestratégicas que ahora no se dan en el caso catalán. Quién sabe en un futuro. La enorme mayoría de los países actuales de Europa no existían hace poco más de cien años.

Y que en todo caso, lo obligatorio es respetar las leyes y a las minorías y entrar en la negociación política cotidiana de un Estado. Parece que ya se va entendiendo, pero no a fuerza de sentencias duras, sino a base de un realismo que ojalá hubiera imperado hace dos años.