Obras teatrales

La precariedad intelectual

Siempre que voy al teatro lo hago abierta a vivir una experiencia teatral única. ¿Por qué no me mueve lo que estoy viendo?

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Marta Buchaca

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Recientemente se entregaron los premios Butaca y, en la edición de este año, concedieron el premio honorífico a dos espectadoras de forma simbólica, para homenajear al público. Aunque el teatro no tiene ningún sentido sin el público, una parte de nuestro gremio se dedica a despreciarlo y considera llenar plateas el octavo pecado capital. Yo, que pienso todo lo contrario, solo puedo felicitar a los organizadores por tan sabia decisión.

Escuchando el discurso de la espectadora más joven me acordé de esa adolescente que fui en su día, transformada por todas y cada una de las obras que veía. Ahora, con cientos de espectáculos como espectadora a mis espaldas, cada vez me cuesta más que una obra me impacte.

Siempre que voy al teatro lo hago abierta a vivir una experiencia teatral única, dispuesta a que me cambie la vida para siempre. A medida que la obra avanza los espectadores que me rodean contemplan el escenario con admiración estridente. Y, sentada en mi butaca, me siento perdida. ¿Por qué a mí no me mueve lo que estoy viendo? ¿Cuál es mi tara? ¿Es mi precariedad intelectual (como me dijo una vez un director altivo) que me impide disfrutar de las obras que tanto conmueven a cierto público?

Oscuro final y la platea se pone de pie al unísono. Y aquel aplaudir negando con la cabeza como si lo que acabaran de ver fuera una creación de un dios del Olimpo me hace sentir como si estuviera en un 'after' y fuera la única que no estuviese drogada hasta las cejas. Y entonces me viene a la cabeza 'El traje nuevo del emperador', el cuento en el que dos estafadores que se hacen pasar por sastres confeccionan un traje inexistente, y afirman que solo las personas inteligentes lo pueden ver. Quizá estos espectadores aplauden entusiasmados por el mismo motivo que lo hacen los feligreses del cuento: por miedo a ser tachados de ignorantes. Y es en este momento cuando me vienen unas ganas locas de emular al niño de la fábula y gritar: "¡El emperador está desnudo! Y hay unos pícaros muy astutos que os están tomando el pelo.”