El proceso soberanista

El sueño de Aníbal

El debate no es acerca de una independencia que, hoy por hoy, se vislumbra como imposible, sino sobre quién quedará como el partido central y el propietario de la estrategia para la próxima generación

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Josep Oliver Alonso

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A la espera la sentencia del ‘procés’ y del resultado de la investidura de Pedro Sánchez, quizá sea ahora un buen momento para evaluar dónde nos encontramos del interminable conflicto político entre parte de Catalunya y el resto de España. Dada su complejidad, no es posible tratarlo sin separar algunos de sus aspectos cardinales. Ahí van los más relevantes.

Primero, incapacidad del Estado para ofrecer, a un conjunto sustancial de la sociedad catalana y una creciente porción de sus élites, un acuerdo que sustituyera al surgido tras la Transición. Que debía reflejar los cambios de las relaciones Catalunya–España que provocó la incorporación a la UE y acentuó la globalización. El fracaso del Estatut así lo atestigua.

Fragmentación en el campo independentista

Segundo, impacto del conflicto en la psicología político–social española: reemergencia de un nacionalismo radical y deriva hacia la extrema derecha de partidos que se postulaban centristas. Tercero, profunda división social en Catalunya, con opiniones muy contrapuestas acerca lo que debería depararnos el futuro. Finalmente, fragmentación en el campo independentista, con importantes diferencias entre sus actores sobre la estrategia a seguir. De este posible balance, me permitirán unos comentarios sobre el último punto. 

Cuenta Cicerón, repitiendo la versión del historiador griego Silenus Calatinus, que Aníbal, tras conquistar Sagunto, soñó que Júpiter le urgió la invasión de Italia, asegurándole el éxito siempre que no mirara atrás. A pesar de ello, en su campaña por Hispania y las Galias Transalpina y Cisalpina, el general cartaginés no pudo evitar echar un vistazo a lo que sucedía a sus espaldas, y quedó horrorizado por la Hidra que lo destruía todo a su paso. 

Hoy este sueño parece un relato infantil. Pero entonces, convencer a romanos y a potenciales aliados de Cartago de que Aníbal tenía el favor divino y la justicia estaba de su lado, no eran temas menores en la estrategia para la victoria. Para los cartagineses, el sueño mostraba como Hidra monstruosa a la propia Roma, la tirana que esclavizaba los pueblos de Italia, y a Aníbal como su libertador. La divulgación de esta interpretación entre los pueblos de Italia era una parte de la fabulosa campaña propagandística que costó, y mucho, a Roma vencer. Por ello, no debe sorprender que Escipión el Africano, el general que derrotó a Aníbal en Zama (202 a. C.), no solo imitara las estrategias bélicas de Aníbal, sino también su propaganda: hizo circular que él mismo era hijo de Júpiter y su figura podía asociarse con la del semidivino Hércules. En suma, para Cartago o para Roma, la precondición necesaria, aunque no suficiente, para la victoria fue, como hoy continúa siendo, ganar la batalla de las ideas, la victoria que confiere derechos, justifica acciones y errores, y agrupa voluntades que se convierten en sus propagandistas. 

Realistas frente a utópicos

Salvando todas las distancias históricas, geográficas y políticas, la situación actual del ‘procés’, con dos visiones enfrentadas (realistas y utópicos) refleja el mismo intento de apropiación de una narrativa que se pretende exitosa. El conflicto, hoy ya evidente, entre ERC, una reemergente Convergència y el grupo de Puigdemont, por no citar a la CUP, muestra a las claras que el debate no es acerca de una independencia que, hoy por hoy, se vislumbra como imposible. Sino sobre quién quedará como el partido central y el propietario de la estrategia para la próxima generación. 

No es una situación nueva. Para quien haya querido ver lo sucedido en Catalunya desde el 2011, la razón última del movimiento que terminó configurando el ‘procés’ jamás fue la independencia. Ni fue su objetivo incluso en los meses críticos de septiembre–octubre del 2017. Lo que realmente se perseguía, oculto tras el fragor del conflicto contra el Estado, era dirimir quién acabaría siendo el pal de paller del nacionalismo catalán. Tras las distintas posiciones acerca de la investidura de Sánchez, y a la espera de una sentencia que desearía extraordinariamente benévola, la situación no se ha modificado: continúa siendo el mismo combate por ganar la batalla de la propaganda y, por tanto, sobre quién quedará como juez y líder del campo independentista. 

Pero, para llegar hoy a esta situación, ¿tienen justificación los destrozos generados? Ciertamente, no. Y, tengo para mí, que algo de ese balance comienza a visualizarse en el desánimo que percibo entre amigos independentistas. Pero estamos a las puertas del descanso. En el ínterin y mientras aparecen, o no, potenciales soluciones, tomen ánimo y recuperen fuerzas. Buen verano a todos.