Análisis
¿Oferta a Catalunya o al independentismo?
Sánchez ha ofrecido una mesa de diálogo pero a su vez ha exigido que haya diálogo interno, algo que el independentismo no parece dispuesto a asumir
Astrid Barrio
Profesora de Ciencia Política de la Universitat de València. Miembro del Comité Editorial de EL PERIÓDICO
Astrid Barrio
Tal como era previsible los partidos independentistas han votado en contra de la candidatura de Pedro Sánchez en la primera votación del debate de investidura. Un resultado idéntico a pesar de las diferencias discursivas que han desplegado ERC y de Junts per Catalunya. La primera, por boca de Gabriel Rufián, le ha reconocido a Sánchez que están condenados a entenderse sabedores de que son imprescindibles para la gobernabilidad y ha reivindicado una negociación política y volver a votar. Los segundos, de la mano de Laura Borràs y en una intervención plagada de citas literarias, ha mantenido la línea victimista, tenemos 155 razones para votar que no, ha dicho, y se ha limitado a denunciar la supuesta represión del Estado en Catalunya, inhibiéndose de cualquier responsabilidad, algo que el presidente en funciones ha aprovechado para recordarles literalmente su inutilidad parlamentaria.
Justifican la negativa porque consideran que Sánchez no ha hecho ninguna oferta a Catalunya, algo que, teniendo en cuenta el abuso de las sinécdoques en el que acostumbra a caer el independentismo, quiere decir que no les ha hecho una oferta lo suficientemente atractiva a ellos, a los independentistas. A menudo se acusa a Sánchez de no tener un proyecto para Catalunya y efectivamente no lo tiene más allá de la apuesta por un acomodo federal. Pero si no lo tiene es porque ha asumido que su proyecto para Catalunya será el que salga de la propia Catalunya, pero de toda, no solo de una parte, justamente lo que ha reivindicado en el debate de investidura. Un proyecto que solo puede ser el resultado de un amplio acuerdo parlamentario que reconozca a la mitad del pueblo catalán hasta ahora ignorada por el independentismo y que supere la división existente entre catalanes, lo que a juicio de Sánchez constituye el verdadero problema de fondo.
El presidente ha ofrecido una mesa de diálogo pero a su vez ha exigido que haya diálogo interno, algo que el independentismo no parece dispuesto a asumir, enrocado en la idea de que el 80% de los catalanes quieren un referéndum y obviando que a la mayoría de catalanes cuando se les pregunta por el tipo de relación que quieren con el resto de España antes de que por la independencia optan por el autogobierno, cerca de un 54% (entre regionalista, autonomistas y federalistas) frente a menos del 40% según el último barómetro del CEO.
Pero superada la escenificación que supone una primera votación sin consecuencias la posición del independentismo en la segunda no dependerá de lo que pueda ofrecer Sánchez a Catalunya, porque guste o no guste ya lo ha ofrecido, sino de lo que haga Podemos. Si hay acuerdo entre socialistas y morados, ERC, como ya dijo hace días, no bloqueará la formación de un Gobierno de izquierdas con el que está llamada a entenderse. Lo que haga Junts per Catalunya, los irreconocibles herederos de CiU, al ser inútil para la investidura y para la gobernabilidad se tendrá que entender en clave de sus pugnas internas y con Esquerra.
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