IDEAS

El escepticismo de Ribeyro

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Jordi Puntí

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Puede parecer una obviedad, pero los buenos dietarios personales suelen ser la obra de toda una vida. La perseverancia en la escritura -un ejercicio rayano en la fe- y el toque estilístico se alían para dejar un testimonio que parece destinado a sustituir incluso la vida misma. Como si el autor solo viviera para poderlo contar y tal vez sacrificara la obra literaria para nutrir el dietario: pienso en los hermanos Goncourt, André Gide, Paul Léautaud, Anaïs Nin, Guillem Simó, Ernst Jünger...

Acaba de reeditarse ese monumento que es 'La tentación del fracaso', los diarios del autor peruano

Todo esto viene a cuento porque acaba de reeditarse ese monumento que es 'La tentación del fracaso', los diarios del peruano Julio Ramón Ribeyro (Seix Barral, con prólogo de Enrique Vila-Matas). Sus notas abarcan desde 1950, cuando tenía 19 años, hasta 1978 (quedan los diarios de los últimos años, inéditos de momento por decisión de la familia), y parece que empiece como una réplica al inicio del 'Quadern gris' de Josep Pla. En 1918, Pla es estudiante de Derecho y escribe: “Como hay tanta gripe, han tenido que clausurar la Universidad”. En 1950, Ribeyro también estudia Derecho y escribe: “Se ha reabierto el año universitario y nunca me he hallado más desanimado y más escéptico respecto a mi carrera”.

Este desánimo da el tono del diario. La lectura con perspectiva permite entender la evolución del joven que viaja por Europa y se presta a la vida de escritor pobre y bohemio, con problemas de salud, pero también que años más tarde vuelve a París y trabaja como periodista para France Presse. Con el tiempo vemos cómo crece desde la insatisfacción una obra narrativa singular y, al mismo tiempo, forma una familia.

Su mirada sabe traducir lo que vive en frases memorables, ya sea hablando de lo que escribe y lee, de la vida amorosa juvenil, de la difícil condición de padre o desde la amistad con autores como Monterroso, Bryce Echenique o el periodista catalán Xavier Domingo. Poco a poco, el retrato moral e intelectual se va perfeccionando, tal como él quería, y tratamos de olvidar lo que él decía de los diarios de Léautaud: “Leer cada mañana antes de empezar el día un par de páginas (...) a fin de afrontar la vida sin ninguna pretensión, ni énfasis, ni ilusión”.