Evolución de un personaje político

Rivera, según lord Owen

El líder de Ciudadanos es prisionero de Hibris, concepto griego que los expertos traducen como la desmesura

Ilustración de Alex R. Fischer

Ilustración de Alex R. Fischer / periodico

Anna Balletbò

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Hace años que sigo Ciudadanos y Albert Rivera. Inteligente, atrevido, incluso valiente, así se veía cuando nació Ciudadanos, un partido que quería responder a la ocupación desmesurada del espacio político en Catalunya por el nacionalismo catalán y dar voz a un sector importante de la sociedad catalana que creía que los partidos existentes eran demasiado favorables a la posición que ocupaba CiU. Reconozco ingeniosa la campaña que hizo en el 2006 desnudo tapándose los genitales con las dos manos. Quería romper el aislamiento mediático y lo consiguió.

En un principio Ciudadanos se declaraba de centroizquierda, pero tenía postulados identitarios y territoriales tanto o más rígidos que el PP. La evidencia se manifiesta al recibir el apoyo de cabeceras situadas a la derecha extrema del espacio mediático. ¿Qué pasa si el artefacto político acaba arañando más votos al PP que a los socialistas? Pues que el instrumento y sus dirigentes se acaban convirtiendo en compañeros de la derecha radical. En eso están ahora. La evolución ideológica ha ido desplazándose desde la socialdemocracia a duros postulados liberales. Esta evolución no es ajena a que después de las elecciones autonómicas del 2017 y pese a ser la fuerza más votada, Ciudadanos desaparecía del mapa político catalán sin ni siquiera presentar Arrimadas al debate de investidura. No hubiera ganado, pero habría obligado a presentar un programa que tratase de modular la polarización que vivíamos visualizando a quien había ganado las elecciones.

¿Dónde estamos ahora? Después de un desorden de elecciones continuas, que inicia Mas en noviembre del 2012 tras una impresionante manifestación que le lleva a creer que puede incrementar su mayoría hasta la absoluta y aboca al cambio de paso de nacionalismo a independentismo, parece que estamos en el inicio de un periodo de reconducción del juego de los disparates. La reconducción de la trituradora catalana no está encabezada por los representantes políticos, sino por ciudadanos aturdidos de que no hayan pasado más desgracias desde el 2012. Ahora que podemos empezar a ver entre la niebla de la matraca ideológica, de momentos históricos e histéricos y de falsos paraísos, es momento de pensar y observar a los rezagados. Albert Rivera continúa batallando como si no hubiera habido moción de censura al PP y Pedro Sánchez no hubiera estado gobernando el país casi un año, con dificultades evidentes, ni hubiera ganado las elecciones del 28-A siendo la lista más votada. Rivera sigue corriendo detrás de su deseo que día a día se aleja más. Es prisionero de Hibris, concepto griego que los expertos traducen como la desmesura.

El síndrome de Hibris alude a un orgullo y una confianza en uno mismo exagerados. Un menosprecio temerario hacia el espacio personal de los demás que se añade a la falta de control sobre los propios impulsos. Dicen las definiciones que es un sentimiento violento inspirado por las pasiones desbocadas y por Ate, diosa griega de las acciones irreflexivas. David Owen, gran personaje político laborista de amplia trayectoria y autor de la propuesta de paz para la antigua Yugoslavia que conocí en un interesante encuentro en Ditchley House en Oxfordshire, es autor de un interesante libro en el que repasa el síndrome de Hibris y la borrachera de poder que provoca. Según lord Owen, autor de 'En el poder y en la enfermedad', los gobernantes o eternos dirigentes atacados por este síntoma dejan de escuchar, se vuelven imprudentes, creen que solo sus ideas son correctas, nunca reconocen sus errores y prefieren rodearse de una legión de aduladores que los felicitan, incluso en sus equivocaciones, reiterando que su mesiánica presencia es imprescindible. No es propiamente una enfermedad, quien la padece sabe que está en un error pero no es capaz de admitir y esto conlleva mantener posiciones rígidas, egocéntricas e irreales. Los síntomas abundan en personajes que han adquirido poder, sin tener las condiciones psíquicas básicas para conducirlo. Ahora bien, tiene solución porque es transitorio, remite rápidamente cuando se deja el poder o se recibe un batacazo.

A Albert Rivera le convendría escuchar, sobre todo escucharse a sí mismo. Él sabe que se está equivocando, que la prisa no es buena consejera y sabe que lo importante es rematar una trayectoria política con un buen balance. Este puede ser su gran fracaso.