LA CLAVE

Lunáticos, marcianos y candorosos

Entre el postureo y el zasca, se puede ser lunático y marciano, la inocencia y la ilusión son anatemas

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zentauroepp49105976 files in this file photo taken on july 21 1969 a family i190718161612 / AFP

JOAN CAÑETE BAYLE

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Confieso que siempre fui más del Apolo 13 que del Apolo 11, de cuyo viaje de ida y vuelta a la Luna se cumplen 50 años. Como se dice en un momento de la película de Ron Howard, la Nasa vivió con el Apolo 13 uno de sus mejores momentos al rescatar con vida a los astronautas de la nave averiada en pleno espacio. La película se basa en el libro Lost Moon, co-escrito por Jim Lovell, el capitán de la misión al que en el cine dio vida Tom Hanks. Luna perdida. Lovell soñaba con hollar la Luna en un país para el que ir y volver del satélite se había vuelto en una rutina tras las misiones del Apolo 11 y el Apolo 12. Con la avería del tanque de oxígeno del Apolo 13, Lovell perdió el sueño de su vida. Eran aquellos unos años en los que soñar no estaba mal visto. Hoy, entre  el postureo y el zasca, se puede ser lunático y marciano (cada uno le da a lo que puede), pero ser candoroso, atreverse a admitir los propios sueños en voz alta, expresar ilusiones, es anatema. Lo que se lleva es ser sabelotodo, sabiondo y resabiado, los youtubers como personificación del espíritu de una era. El cinismo se impone, la inocencia es debilidad.

Más difícil todavía

El gran despliegue mediático dedicado al 50º aniversario de la llegada a la Luna ha permitido recordar el espíritu de la época. Es cierto que motivos muy terrenales y poco edificantes daban alas a la carrera espacial, pero también lo es que aquella era una sociedad muy diferente a la actual, en la bisagra entre dos eras, un mundo en muchos aspectos más candoroso. Un político, Kennedy, podía utilizar una aventura como la de llegar a la Luna como arma de propaganda. Hoy, las armas de distracción masiva que abundan entre los dirigentes son la mentira, el desdén, el insulto, la demagogia. Era un mundo más sencillo, en el que decenas de científicos armados con bolígrafos, libretas y sus cerebros lograron el milagro de enviar a tres astronautas a la Luna y, más difícil todavía, traerlos de regreso.

La nostalgia no debe volverse traicionera. Cuando Lovell despegó, la Luna era una rutina. Pero cuando hoy un presidente de EEUU nos habla de ir a Marte, o sospechamos (con razón), o nos reímos, o ponemos en duda que en su momento se llegara a la Luna, o entrevistamos a un terraplanista, o hacemos memes. Cualquier cosa menos ilusionarse y soñar con ello, qué debilidad, el candor.