El drama de la vivienda
¿Vuelve la burbuja inmobiliaria?
Hay motivo para la preocupación por las razones que alimentan la presión al alza de los precios
Jordi Alberich
Economista
Jordi Alberich
La inquietud expresada por el Banco de España y el Banco Central Europeo acerca de la posible existencia de 'miniburbujas' inmobiliarias ha encendido las alarmas, si bien ambos reguladores coinciden en indicar que afectarían exclusivamente a determinadas localizaciones, como las ciudades de Madrid y Barcelona.
La cuestión es interpretar qué hay detrás de estas señales, y si hay motivo para la alarma. Unas sobrevaloraciones de activos inmobiliarios que preocupan, y que responden a la coincidencia de diversas dinámicas, de naturaleza muy distinta. Así, entre otras, las siguientes.
En primer lugar, una extraordinaria liquidez en los mercados, a unos bajísimos tipos de interés, que se orienta a la compra de empresas y bienes inmuebles. Solo así pueden entenderse los precios que alcanzan algunos activos adquiridos por el 'private equity'. Unas valoraciones que no se fundamentan exclusivamente en la previsible rentabilidad futura de la inversión, sino que, peligrosamente, también responden a dicha disponibilidad de liquidez, y la necesidad en invertirla.
A su vez, el proceso de globalización conduce a la concentración en las grandes urbes. Es el caso de Madrid y Barcelona, pero también de las ciudades europeas de referencia como París o Londres. Recurriendo al concepto del momento, estamos ante una cierta manifestación de la España vacía.
Fondos de inversión
Otra cuestión relevante es el creciente desajuste entre oferta y demanda inmobiliaria en las grandes ciudades. Tradicionalmente, la oferta se orientaba a la población local o, caso de producirse un exceso de demanda, este provenía de oleadas migratorias que se ubicaban en zonas periféricas. Pero, desde hace unos años, mientras la oferta en las zonas 'nobles' de la ciudad no puede aumentar, sí lo hace una demanda que ha adquirido carácter global. No son pocos los extranjeros adinerados, y fondos de inversión, que adquieren inmuebles en nuestras dos ciudades de referencia. A ellos, se añaden los ahorradores locales que, con el recuerdo aún vivo de la crisis financiera, ven en el inmobiliario el valor refugio para sus inversiones. Todo ello presiona los precios al alza.
Unas dinámicas que vienen a coincidir, además, con las consecuencias de la histórica carencia de una política pública de vivienda que, unida a la caída de salarios y aumento de la precariedad laboral, expulsa a no pocos ciudadanos de las grandes ciudades. Las que, hasta hace poco, eran las suyas. Se entiende su desorientación y malestar.
Hay, pues, motivo para la preocupación. No tanto por las miniburbujas en sí mismas, como por las razones que las alimentan y que, de no reconducirlas, pueden conducir a episodios dramáticos. Ha llegado la hora de la política a todos los niveles. Desde aquella que, en la lejana Bruselas, debe regular y supervisar una economía global, a la que, en nuestro respectivo municipio, debe atender al ciudadano en riesgo de caer en una marginalidad irreversible. Llevamos demasiado tiempo con una política sometida a los mercados.
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