MIRADOR
Quizá ya es tarde
En este campeonato de declaraciones cruzadas resultará complicado que los líderes recompongan su relación y que lo hagan también sus partidos
José Luis Sastre
Periodista
José Luis Sastre
Tiene hasta sentido que el escenario empiece a parecerse al de 2016 si todo viene de allá, del momento en que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias descubrieron una desconfianza que ahora les aleja, cuando más se necesitan. No solo a ellos: el PSOE cierra filas en torno a Sánchez y nadie discute cuál será el resultado de la consulta que ha convocado Iglesias entre los suyos. Probablemente hubiera sido el mismo sin la necesidad de proponer unas preguntas que, a decir de Teresa Rodríguez, insultan a la inteligencia. Pero el caso es que a esto se ha llegado y a veces los aires traen frases que suenan a nuevas aunque no lo sean, porque se las dijeron Sánchez e Iglesias hace tres años, con los mismos énfasis. Cuando dicen que el bloqueo se alarga es porque viene de allí, con la excepción de la moción de censura que les unió contra Mariano Rajoy.
Todo ese ruido por el que parece que pase algo cuando en verdad no pasa, lo aprovecha el PP, que oficia en silencio la ceremonia para que Albert Rivera negocie con la extrema derecha sin que ya apenas se note. Y así está el marcador: Podemos veta la presidencia socialista de La Rioja tras 24 años de gobiernos del PP, al tiempo que Ciudadanos va camino de asegurar el cambio que prometió y que consiste en mantener al PP en Madrid y Murcia tras negociar con Vox, como siempre negaron que harían. Pero, total, ¿a quién le importa? Si la jarana está entre Pedro y Pablo, que no se pueden ni ver.
Falta menos de una semana para que se vote la investidura y, tras dos largos meses perdidos, Sánchez asume que perderá otros dos, que son los que faltan hasta que caduque el calendario y se disuelven las Cortes. El PSOE tiene a punto las encuestas por si hay que repetir las elecciones, por mucho que confíe en que, antes de que llegue la fecha clave, halle una salida de emergencia, bien con Podemos pero sin Iglesias, bien con la abstención de la derecha. Lo mismo sucede en Podemos: hay quien espera que, al final, se pongan de acuerdo en los nombres, que es el eufemismo para referirse al único nombre sobre el que discuten, el de Pablo Iglesias. En la ecuación interviene el PNV, atento siempre, y cuyo presidente Ortúzar avisó de que para que las cosas vayan bien a veces tienen que ponerse muy mal, que es justo como están entre los supuestos socios.
Repite Iglesias que tarde o temprano el PSOE recapacitará, sin caer en la cuenta de que quizá ya es tarde, en vista del hastío de la gente y de que en este campeonato de declaraciones cruzadas resultará complicado que los líderes recompongan su relación y que lo hagan también sus partidos. De hecho, como no pueden descartar que se repitan las elecciones, han empezado a pensar en movilizar a sus electorados conscientes de que no les valdrá esta vez el miedo a la derecha, porque no les ha servido ni a ellos como acicate para ponerse de acuerdo. Esta vez la única forma de animar a los suyos sería convertir al aliado en culpable y pedir a la gente que quiera votar (que ya veríamos cuántos se abstenían) que se movilizase contra el otro. Cainismo, podría llamarse. Ahí se ve que sí, que a lo mejor ya es tarde aunque haya tiempo.
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