Análisis

Ni odio volar ni tomar un crucero

El camino consiste en establecer medidas claras para la reducción de emisiones y hacerlas cumplir rigurosamente

Aviones de Iberia

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Josep-Francesc Valls

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He apoyado explícitamente el movimiento de la huelga escolar por el clima de Greta Thunberg. Llevo años reiterando que los gobiernos nacionales y los organismos supranacionales van demasiado lentos a la hora de realizar un duro ajuste hacia la economía circular. El cambio climático avanza, a pesar de la estulticia de gobernantes y ciudadanos que lo niegan, al mismo ritmo que crece el número de vehículos por tierra, mar y aire, y los productos fabricados. Los desechos, la basura, los residuos son el mal del siglo.

No solo se llevan más de un tercio de los costes, sino que hacen inservible el planeta, en tanto no se implante el nuevo paradigma (tomar prestado/ reutilizar/reciclar), en sustitución del viejo (tomar/ usar/desechar). Sin embargo, de aquí a alentar los movimientos anti-vuelos en Suecia('flygskam'), en Finlandia ('entohapea') -como explicaba brillantemente Manuel Vilaseró en sus dos crónicas recientes de 6 y 21 de junio en este diario- o las incitaciones a no viajar en crucero media un abismo.

En el 2003 publiqué en Esade un informe, realizado conjuntamente con los profesores Mar Vila y Rafa Sardá, sobre el avance del cambio climático y cómo era percibido por un amplio grupo de expertos internacionales. Ante la pregunta de si había que reprimir directamente o impulsar la adaptación, la mayoría de los expertos se decantó por lo segundo. La adaptación tiene que ver con la implantación de normas estrictas anticontaminantes. En la aviación, aunque las discusiones se eternizan en Bruselas -y llevan años-, la UE avanza en varias líneas: exigencias de eficiencia energética de los aparatos; incentivación a viajar en transporte menos contaminante; y, sobre todo, tasa directa. Francia acaba de implantar para inicios del 2020 una ecotasa en todos los vuelos que despeguen de aeropuerto galo, tanto en trayectos de corto como de largo recorrido; el gobierno socialista español está por una labor parecida, pero en diferido.

Hay que incentivar los recorridos a pie, en bicicleta, en cualquier artilugio eléctrico, en tren o en transporte colectivo frente al avión, que consume 285 gramos de CO2 por pasajero y kilómetro, una brutalidad. Ello exige cambiar el concepto de movilidad. El camino consiste en establecer medidas claras para la reducción de emisiones y hacerlas cumplir rigurosamente. Nunca prohibir. Nunca demonizar el sector aéreo. Ni el crucerista. Ni a ninguna industria. Algunas empresas afirman que las mencionadas tasas inviabilizarían su negocio. Será un problema suyo si no son capaces de organizarse para soportar no sólo los costes sino también la ecotasa. La aviación fue capaz de democratizar el vuelo gracias a la reordenación de los factores productivos que le permitieron aplicar tarifas 'low cost' a principios del milenio.

Por otra parte, la entrada en vigor en Europa en 2020 del IV Paquete de Liberalización Ferroviaria va a suponer, sin duda, una gran oportunidad de mejora de las infraestructuras terrestres y de reducción de costes de la alta velocidad. Viajar no tendría que ser más caro.