Al contrataque

¿Quién matará el catalán?

¿Y si dejamos de instrumentalizar la lengua de forma partidista y volvemos a defenderla como patrimonio de todos?

Una niña escribe en la pizarra, en una clase del colegio público Jaime Balmes, en València, el pasado julio.

Una niña escribe en la pizarra, en una clase del colegio público Jaime Balmes, en València, el pasado julio. / periodico

Najat El Hachmi

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Confieso que cada vez me cuesta más entender la situación lingüística de Catalunya y, sobre todo, los discursos, opiniones y polémicas que provoca.

Es cierto que una lengua pequeña, si no se protege, puede desaparecer y morir. Hay que escuchar a Carme Junyent, que sabe de lo que habla, pero me niego a aceptar un futuro determinista según el cual la lengua está condenada a morir. Hay expertos más optimistas, como el actual alcalde de Lleida, Miquel Pueyo, que hace unos años decía que la desaparición del catalán es un fantasma.

Yo no sé si el catalán desaparecerá o no pero en este debate hay muchas contradicciones. Queremos que todos hagan suya esta lengua pero si dices «cumpleanys» la estás matando. Algunos sueñan aún con una pureza que nunca existió y no recuerdan que la lengua tiene registros y que no hace falta que todo el mundo hable como Pompeu Fabra. A ver si la muerte del catalán va a acabar siendo una profecía autocumplida.

Por otro lado, ¿alguien ha recogido datos de los recortes que sufrió la política lingüística en manos de quienes  enarbolan la lengua como símbolo de identidad nacional? ¿Se ha recuperado esa inversión?

La hegemonía del castellano es una evidencia tangible pero hay incongruencias de nuestro paisaje lingüístico que confunden mucho. Por ejemplo, a mí misma, que llevo más de 30 años hablando, escribiendo y viviendo en catalán, los propios catalanohablantes me siguen hablando en castellano. ¿Cuál es el mensaje de este comportamiento? ¿Que tendría que hablar castellano por el simple hecho de ser un poco morena? Ya no me peleo, la verdad, me he cansado, me he rendido ante lo absurdo. Si mi interlocutor tiene ganas de practicar otro idioma, aprovecho y hago lo mismo, a ver si de una vez por todas aprendo a hablar la lengua de Cervantes.

Pero los mensajes contradictorios son muchos: que Gabriel Rufián hable castellano es un mérito y un escándalo que lo haga Ada Colau. Alternar las dos lenguas, una práctica disruptiva inventada por Ciudadanos, es ya algo habitual en sectores de la política de signo muy distinto. La creación de Súmate, colectivo castellanohablante independentista, fue aplaudida con entusiasmo pero la del festival de cultura Txarnega de Brigitte Vassallo fue ferozmente criticada.

Y no estoy dando mi opinión sobre estos casos concretos, lo único que quiero es poner el foco en las contradicciones. ¿Y si dejamos de instrumentalizar la lengua de forma partidista y volvemos a defenderla como patrimonio de todos?