El tablero político catalán

La CUP, un partido cada vez más sistémico

Los retrocesos electorales han abierto una reflexión que la aleja de sus orígenes a los anticapitalistas

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Astrid Barrio

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hasta hace muy poco el sistema de partidos políticos catalán se caracterizaba por la moderación ideológica y por una competencia de tipo centrípeto. La irrupción de la CUP en el Parlament en el 2012 fue el primer síntoma del cambio que se avecinaba. Era el partido cuya posición en los extremos, tanto en el eje ideológico como en el eje nacional,  permitía calificarlo como antisistema. Pero también lo era por la elevada distancia existente entre ese partido y el resto, que es el criterio clásico establecido por Giovanni Sartori para considerar un partido como tal.  Un partido cuya presencia parlamentaria, además, daba cuenta del incremento de la polarización en Catalunya y de que la competencia estaba dejando de ser centrípeta para ser cada vez más centrífuga.

Pero la CUP no solo difería del resto de partidos por razones ideológicas, sino que también presentaba muchas singularidades de naturaleza organizativa, de entre las que destaca un funcionamiento de tipo asambleario que hace recaer sobre el conjunto de los miembros la toma de decisiones fundamentales, como por ejemplo, la posición en los debates de investidura. También contempla un riguroso mecanismo de limitación de mandatos que,  teniendo en cuenta la escasa duración de la legislaturas en Catalunya en los últimos años,  le ha supuesto un notable despilfarro de liderazgos.

No obstante, desde un punto de vista relacional, la CUP pronto dejó de ser un partido antisistema, llegando al punto de cooperar con el partido de gobierno con la excusa ideológica del proceso soberanista. Solo recordar al respecto el sonado abrazo entre Artur Mas y el entonces diputado anticapitalista David Fernández con motivo del 9-N, aunque ello no evitó que poco después sus sucesores decidiesen enviar al líder de CiU a la papelera de la historia.

Como buen partido antisistema, la CUP participó en el proceso soberanista con la perspectiva de destruir hasta el punto, como es propio de este tipo de partidos, de hacer colapsar al sistema político catalán.  No en vano el compromiso de celebrar un referéndum  de autodeterminación, pactado o unilateral, el famoso ‘referéndum o referéndum’ fue asumido por Carles Puigdemont para atraerse el apoyo de los  anticapitalistas en la cuestión de confianza a la que se sometió después del rechazo a los presupuestos.

Pero su comportamiento no parece haber sido premiado en las urnas, retrocedió en las elecciones del 21-D y ha retrocedido en las elecciones municipales. De ahí la apertura de un proceso de reflexión que le ha llevado a reconocer que la república catalana no existe, a renunciar a la táctica del bloqueo parlamentario y plantearse su entrada en el Ejecutivo y a suavizar la limitación de mandatos permitiendo hasta dos consecutivos, es decir a apostar por un comportamiento cada vez menos antisistema tanto desde el punto de vista ideológico, organizativo como relacional. Nada de ello debe sorprender porque al fin y al cabo, todos los partidos, sistémicos o no, lo que quieren es sobrevivir.