La emergencia climática
Cuando el destino nos alcance
El compromiso de todas las administraciones con una verdadera transición energética debe hallar en la ciudadanía una corresponsabilidad similar
Anna Cristeto
Periodista.
Anna Cristeto
Charlton Heston protagonizó en los setenta 'Cuando el destino nos alcance', una película sobre una sociedad distópica donde la contaminación había convertido a Nueva York en una ciudad casi inhabitable. Los vecinos respiraban un aire viciado por partículas de dióxido de carbono y sufrían un calor agobiante. La fábula advertía del peligro de los gases de efecto invernadero para un mundo situado en el año 2022.
La realidad en el 2019 no es aún tan dramática como en el filme, pero sin duda la polución, especialmente en grandes urbes, es un problema grave y causa de varias enfermedades. En España, las muertes vinculadas a las emisiones tóxicas superan las 30.000 al año, mientras que, en Europa, la cifra alcanza las 400.000, según datos de la Agencia Europea del Medio Ambiente.
Las alarmas hace tiempo que se han disparado y en el ámbito de la semántica se ha desterrado el tan manido cambio climático en favor de crisis o emergencia climática, términos que se ajustan más a la realidad. El último aviso ha llegado de Europa. El comisario de Medio Ambiente, Karmenu Vella, envió una carta al Gobierno español advirtiendo de los elevados niveles de dióxido de nitrógeno en Madrid y el área metropolitana de Barcelona, que superan con creces los límites establecidos por la directiva europea. Bruselas va más allá y alerta de que pueden denunciar a España el 25 de julio si no se toman medidas urgentes.
Mejorar la calidad del aire
Es una advertencia dirigida a la Administración para que aplique de inmediato soluciones que mejoren la calidad del aire. El foco está puesto en las metrópolis, donde se concentra más población y emisiones, pero al mismo tiempo pueden ser el motor del cambio. Sin ir más lejos, la pasada semana, el consistorio barcelonés reunió a doscientas entidades en torno a una mesa de emergencia climática. Entre el paquete de propuestas destacan la puesta en marcha de un carril bus en arterias urbanas con gran densidad de tráfico –como la calle de Aragó– y eliminar otro en la calle de Mallorca, así como aumentar las zonas 30 y las supermanzanas. También está previsto, a partir del 2020, vetar la entrada de los vehículos más contaminantes en la llamada zona de bajas emisiones, cuyos 95 kilómetros cuadrados incluyen Barcelona.
¿Pero estas medidas resultarán suficientes? Habida cuenta de que llevamos tiempo respirando aire con un nivel de partículas por encima del límite, la cuestión es reducir drásticamente la entrada y salida de vehículos de la ciudad y rebajar la circulación de paso, causante de la mayor parte de la contaminación. Barcelona, por lo pronto, multará a los coches sin distintivo ambiental que circulen por el área restringida.
Sin embargo, más allá de estas decisiones que algunos expertos consideran tibias y tardías, el reto es vertebrar una auténtica red de transporte público metropolitano, más ágil y eficiente, que incentive a los usuarios a dejar el coche aparcado y escoger el tren o autobús. También conviene apostar por más buses y carriles VAO y aumentar la inversión estatal en la red de Rodalies para así ofrecer un servicio en condiciones, como ocurre con los Ferrocarrils de la Generalitat, que ya planea intensificar la frecuencia de paso entre las dos comarcas del Vallès, Barcelona y el Baix Llobregat.
Demoras y contratiempos injustificables
La finalización de la línea 9 del metro también supondría un acicate al usuario. Será la mayor infraestructura en el área metropolitana. Cuando esté operativa superará los 100 millones de usuarios al año y se estima que reducirá ostensiblemente el uso de vehículos privados. Sin embargo, arrastra demoras y contratiempos injustificables desde que arrancó en el 2002. La conclusión de las obras depende de la concesión de un crédito de 740 millones de euros del Banco Europeo de Inversiones a la Generalitat de Catalunya, que no llegará hasta que se concrete un plan para devolver la cuantía por parte del Govern. Y para ello hay que aprobar los presupuestos.
Es una muestra más del impacto que tiene la voluntad política, o su ausencia, en el día a día de las personas. Según un estudio dado a conocer recientemente, en el año 2050 el calentamiento global llevará a que Madrid tenga la temperatura media de Marrakech en la actualidad y a Barcelona le ocurrirá lo propio con la ciudad australiana de Adelaida. El compromiso de todas las administraciones con una verdadera transición energética debe hallar en la ciudadanía una corresponsabilidad similar para estar a la altura del desafío climático, antes de que el destino nos alcance.
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