análisis

¡Chicas al (otro) salón!

Stefanie van der Gragt golpea a Alex Morgan en su intento de despejar el balón.

Stefanie van der Gragt golpea a Alex Morgan en su intento de despejar el balón. / periodico

Antonio Bigatà

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El Mundial femenino de Francia empezó yendo de fútbol pero terminó en un hito de la rebelión femenina contra la desigualdad de género y las exclusiones. El desfile triunfal del equipo norteamericano en Broodway emuló al de Eisenhower tras ganar la Segunda Guerra Mundial. Y fue aprovechado por las campeonas para lanzar un enérgico mensaje a favor de la equiparación salarial entre hombres y mujeres. Constituyó además un gol por la escuadra de todo lo que representan las cochinerías de Trump (en claro fuera de juego respecto a las jugadoras) contra las minorías y los inmigrantes.

Como bombazo pacífico y civil ha sido similar a la protesta legendaria contra el racismo que hicieron desde el podio de México-68 los atletas Tommie Smith y John Carlos. Si aquello propició que la segregación racial nunca volviese a ser lo que era, lo de ahora afianza la lucha contra el sexismo y proclama que ya no tiene marcha atrás.

Resulta curioso que esta magnífica alianza entre la política y el deporte se produzca desde el fútbol femenino y cuando todavía no sabemos si su actual 'boom' quedará en burbuja temporal o crecerá mundialmente para siempre. Porque muchos piensan que el fútbol femenino es atractivo pero No es lo mismo que el masculino. Que su lanzamiento y crecimiento actual es artificial (a través del márketing televisivo y una rápida profesionalización y fabricación de estrellas para los álbumes de cromos) cuando todavía carece de la amplísima base espontánea de práctica callejera y colegial que impulsó hasta el éxito al fútbol de los hombres.

Que la biología determina objetivamente que sea diferente en contundencia, fuerza y contacto físico (tres elementos básicos de este deporte). Quienes piensan esto consideran que puede cuajar y triunfar, pero siempre será Otra cosa. Y eso por mucho que las chicas también escupan sobre el campo, expulsen los mocos sin pañuelo o celebren los tantos adoptando la postura del arquero (aunque ellas no se quitan la camiseta), subrayando que son una imitación pero no algo genuino o idéntico. Todo tiene su  plasmación más clara en que hasta ahora, por esa misma razón de la diferencia biológica, hay muy poco deporte jugado o competido de forma mixta, en pie de igualdad, entre chicas y chicos. 

De momento hay otras diferencias que parecen más circunstanciales. En el fútbol femenino hay mucho más predominio de raza blanca y asiática que en el masculino, quizás porque Europa, Asia y Norteamérica van por delante. África y América Latina, los continentes que actualmente suministran más carne de cañón al masculino, parecen un poco rezagados.

Blancas de clase media

El mismo aspecto físico de las  chicas del equipo de EEUU responde bastante a la imagen de las estudiantes blancas de clase media, mientras en el fútbol de los hombres predomina más bien la tipología física de quienes parecen proceder de capas humildes. Son, lo subrayo, impresiones. Lo mismo que la idea de que la equiparación salarial que reclaman las futbolistas americanas no es exactamente igual a la que se exige con toda justicia para la industria, los servicios o las tareas profesionales que derivan de elementos de conocimiento. En el mundo del espectáculo, que es de los que en definitiva se trata, la cotización depende del  rendimiento económico individual de cada uno y de los prestigios justos o injustos. Eso pasa en el mundo de los hombres: no ganan lo mismo por el mismo trabajo los futbolistas del Barça que los del Sabadell.

Todo es aún muy discutible. Los debates y las experiencias irán aclarando y perfilando las cosas. Pero lo que no es discutible es que son positivos no solo la existencia del fútbol femenino, sea o no lo mismo que el masculino, sino también su contribución al final de la desigualdad de género y su compromiso contra todo tipo de exclusiones, tal como lo formuló perfectamente su figura, Megan Rapinoe. Y que esta actividad traslade a la mujer de los dudosos sitios en los que hasta ahora parecía confinada ( aquello de "¡Chicas, al salón!") al salón de honor del protagonismo social en la lucha en defensa de la dignidad, la igualdad y la fraternidad.