Los juicios del 'procés'

El 'relato' y los jueces

En Europa el tema catalán se trata con cierta indiferencia, pero la corriente de opinión ¿en los medios progresistas sobre todo¿ es que los tribunales españoles se están excediendo

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Jordi Nieva-Fenoll

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Una de las cosas que mejor hicieron los independentistas antes de octubre del 2017 fue crear lo que actualmente se llama un 'relato'. Consiste en la elaboración de una historia convincente que persuada a propios y extraños, especialmente a estos últimos dado que los primeros ya vienen convencidos de serie, sin mayor reflexión. Con ello se consigue generar una atmósfera general de que lo defendido o reclamado no es ilegítimo, de manera que genere mayor fervor entre los partidarios, respeto en los indiferentes y cierto sentimiento de inseguridad en los adversos.

El relato independentista consistió, básicamente, en crear la imagen de que España no es un país auténticamente democrático. Sí formalmente, pero no así en cuanto a las mentalidades de la gente, cargos públicos inclusive. De ese modo se indujo a pensar que las autoridades españolas harían cualquier cosa en defensa de la unidad de la patria, y para ello se pusieron en solfa los incumplimientos económicos derivados del Estatut de Catalunya del 2006, las imprudentes declaraciones públicas de varios personajes y medios españoles sobre la inmersión lingüística y, en general, acerca del uso público de la lengua catalana.

Ante la opinión pública internacional

La cerrazón pública de Mariano Rajoy a negociar –que al parecer no fue tal en privado– era gasolina para el relato. La actuación policial del 1-O y el inesperado discurso del rey Felipe VI el 3-O no hicieron más que redondear el relato a ojos de muchísimas personas no independentistas, e incluso en cierta medida ante la opinión pública internacional. Resulta sorprendente, pero buena parte del relato independentista fue creado por actores inequívocamente españolistas.

Sin embargo, todo ese relato se ha ido cayendo a pedazos desde el mismo 27 de octubre del 2017. El relato anterior no se aguanta si los políticos que lo defienden declaran la independencia y, acto seguido, no intentan tomar el poder, sino que lo entregan 'ipso facto' sin discusión a las autoridades españolas. Tampoco se vende muy bien una imagen de triunfo –o al menos de esperanza– desde el exilio por parte de quien solo va encadenando performances ineficientes, diciendo reiteradamente que va a aparecer en las mismas, sin hacerlo finalmente. Tampoco los relatos que llegan desde la prisión, algunos verdaderamente cargados de buenas intenciones, parecen estar defendiendo el relato.

Entre tanto, se ha puesto en marcha otro relato que sí que está teniendo éxito, al menos de momento, pero que puede caerse en cualquier instante. En la mayoría de medios de comunicación españoles se ha impuesto el relato de la rebelión, que ha defendido con gran obstinación la fiscalía. La consecuencia es que en la sociedad española está muy extendida la idea de que la sentencia del Tribunal Supremo será dura. Y nuevamente, son los contrarios los que suministran combustible al relato. Cada movilización independentista no estrictamente pacífica, o cada comentario imprudente de los acusados es inmediatamente sobredimensionado para asentar la teoría del golpe de Estado. Igual que algunos mensajes que vienen de Waterloo, dado que quien aspira a presentarse como pacífico libertador acaba siendo descrito como un grotesco forajido. Me temo que esa misma desorientación y torpeza de la política de comunicación española previa al 27 de octubre, se ha instalado desde hace tiempo en el sector independentista.

Un relato como posverdad

La pregunta es si los relatos influyen en los jueces. No debiera ser así, porque un relato acostumbra a ser lo que ahora se llama una posverdad, es decir, una mentira, y los jueces debieran ser conscientes de ello. Ni en Catalunya hubo un golpe de Estado, ni España es una dictadura, ni en Waterloo existe ni un Consell de la República ni nada que sea mínimamente eficiente. Pero los jueces no siempre son consecuentes con esas realidades y, aunque sea indirectamente, los relatos les influyen.

En Europa el tema catalán se trata con cierta indiferencia, pero la corriente de opinión –en los medios progresistas sobre todo– es que los tribunales españoles se están excediendo. No captan la noción de rebelión sin violencia, ni tampoco por qué unos políticos están presos por haber organizado un referendum inefectivo. No me cabe duda de que ello influyó en las decisiones de los jueces belgas y alemanes.

¿Influirá en los jueces españoles y europeos el relato de buena parte de la prensa española? Quién sabe. Con todo, es bueno saber que leer cotidianamente prensa extranjera es un remedio infalible contra las posverdades nacionales.