Acuerdo PSC-JxCat

Un pacto. Dos fotografías

Muy poca gente protestó contra el pacto en la Diputación de Barcelona; la ANC ya no está en condiciones de dictar las grandes decisiones que toman los partidos soberanistas

Protesta ante la Diputació de Barcelona por el pacto entre JxCat y PSC

Protesta ante la Diputació de Barcelona por el pacto entre JxCat y PSC. / periodico

Josep Martí Blanch

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¿Otra jornada histórica del soberanismo? Por supuesto que no. Al menos utilizando la perspectiva desde la que se ha venido aplicando el adjetivo desde el inicio del proceso, reservándolo para Diadas con millones de manifestantes o para fechas tan relevantes como el 9-N de Artur Mas o el 1-O del gobierno de Carles Puigdemont. Y, sin embargo, el pleno de constitución de la Diputación de Barcelona, con la formalización del pacto entre el PSC i JXCat para gobernar la institución, debería considerarse también una jornada histórica en la medida que tiene consecuencias en el presente y puede tenerlas también en el futuro.

Dos fotos de la jornada. Una en el salón de plenos de la Diputación de Barcelona, con los representantes políticos sacralizando el acuerdo PSC-JxCat. Otra con tres centenares de manifestantes independentistas en la calle, protestando al grito de “botiflers” y exigiendo una unidad ya del todo imposible al bloque soberanista.

La primera visualiza una rectificación, al menos puntual, de la estrategia política seguida por JxCat hasta la fecha. El aparato municipalista del PDECat se sale con la suya y arrastra a JxCat -Puigdemont incluido- a un acuerdo con el PSC, una de las bestias negras del 155 con la que no se podía tomar ni el té, según la ortodoxia soberanista. Lo fundamental del asunto es que supone el abandono de la lógica de bloques a la hora de alcanzar acuerdos. Los cargos e influencia en los municipios a través de inversiones y programas que proporciona la Diputación han actuado como una vacuna recordatorio del principio de realismo político. Pero que la génesis del pacto sea únicamente la necesidad pecuniaria y asegurarse una porción de poder político partidista no impedirá que tenga consecuencias en otros frentes que van más allá del municipalismo. El “hay un antes y un después” con el que ERC manifestaba su enfado mayúsculo es una prueba de ello.

La segunda fotografía, la de la calle, también aporta información valiosa. Poca, muy poca gente protestando contra el pacto a pesar del esfuerzo que la Assemblea dedicó a convocar a los ciudadanos para avergonzar a los heterodoxos soberanistas que se atrevían a alcanzar un acuerdo con los socialistas. No es asunto menor que todos los partidos independentistas hayan perdido el miedo que un día le tuvieron a la ANC. En estos momentos, la entidad que preside Elisenda Paluzie ya no está en condiciones de dictar, y puede que ni tan siquiera de influir de modo determinante, las grandes decisiones que toman los partidos soberanistas y su capacidad de prescripción es cada vez más limitada. No es este un asunto menor cara al futuro, teniendo en cuenta que pronto va a haber una sentencia en el Supremo que va a generar sonoras discrepancias en el soberanismo sobre cuál debe ser el nivel de respuesta más adecuado.

¿Supone el pacto en la diputación que la política catalana entra de hoy para mañana en una nueva dimensión? Sería ingenuo contestar afirmativamente. Pero sí añade opciones de color a la paleta con la que se trabaja el cuadro institucional de una realidad catalana que, como ha quedado demostrado a través del municipalismo -primero ayuntamientos y ahora diputaciones- sigue resistiéndose a ser trasladada al lienzo únicamente con el blanco y negro del frentismo.